viernes, 6 de noviembre de 2009

29 DÍAS DE FEBRERO

1-

Esa mañana mientras tomaba un té en la cocina me encontré con Pablo. Llevaba muchos años sin verlo. Y se apareció así, sin más, sin llamadas o señales de ningún tipo. Aunque eso, el hecho de no haber tenido señales previas que anunciaran de alguna forma su aparición, no hubiera modificado un ápice la sorpresa que me llevé al verlo.

-Reus- dijo recostándose en el respaldo de la silla.
-Coen- le respondí intentando sonar lo más natural posible.
-¿No te sorprende verme, Marquitos? - Era común en nosotros eso de saludarnos por el apellido. Luego, resultaba una ofensa imperdonable que volviera a oírse en el resto de la charla.
-No. Bueno, puede que un poco. Si esperabas un desmayo de mi parte, o algo por el estilo, lamento defraudarte.
-El que avisa no traiciona.
-Mirá cuando me vengo a enterar que el traidor eras vos.
-Me hacés reír, Marquitos. Siempre me hacés reír- me dijo sin que en su cara se notara el menor atisbo de emoción. ¿Por qué decís siempre cuando querés decir nunca?, era algo que tenía por costumbre preguntarme cuando hablaba con Pablo. Quizá fuera hora de preguntárselo a él. Quizá no.
-Ahora es cuando te tengo que preguntar qué te trae por acá- le dije. Pero no tengo ganas, Pablo.
-¿Se te hizo costumbre esto de pensar en voz alta, Marquitos? ¿O me querés marear? No me mareo tan fácil. En realidad, ya no me mareo de forma alguna. Es una de mis tantas nuevas realidades.
Y otra es adivinar el pensamiento, ¿no?
Esperé unos segundos. Cuando vi que no me seguiría el juego, proseguí.
-Vos sabés que no soy religioso.
-Yo tampoco, Marcos. ¿A qué viene eso?
-No sé. Por ahí alguien con cierto sentido religioso reaccionaría de la forma que vos esperabas.
-Yo no esperaba nada. O sí. De todas formas, la religión no tiene nada que ver con lo que yo esperaba, o espero de vos. En el caso de que espere algo.
-Tu amor te espera no esperes más. ¿Por qué perdiste tanto tiempo? –repetí los versos de la canción de Serú sin demasiada convicción.
-No traje la guitarra.
-No. Sólo el escepticismo.
-Vos sabés que hace mucho que no toco.
-Imagino. Bah, qué se yo.
-Se te enfría el té, Amatista.
-No importa. Hay más.
-Me hacés reír. Aunque no me ría, siempre me hacés reír- Pablo me miró y por un momento pareció que no estaba ahí-. También lloro, sabés. No siempre, pero a veces lloro. Eso sí, la guitarra no la toco más. No puedo.
-Me alegro de verte.
-¿En serio?
-Sí. Es muy extraño todo. No sé cómo explicarlo, la verdad. Te mentiría si te dijera que esperaba esto. Sin embargo, ahora que estoy acá con vos, me parece de lo más natural. Aunque convengamos, natural, lo que se dice natural, no es.
-Tampoco tenemos por qué ponerle un nombre o un rótulo a las cosas. Qué manía. Yo estoy acá, en tu cocina. Vos estás acá, en tu cocina. ¿No es suficiente con eso?

Me detuve un momento a reflexionar. Sí, yo estaba estoy acá. Y sí, era extraño, rayano al realismo mágico seguramente, pero Pablo estaba ahí también. La liga de la lógica y de las buenas costumbres podría poner el grito en el cielo más tarde o más temprano, pero por más vueltas que le quisiera dar al tema, Pablo estaba en lo cierto.

-Ahora es cuando te tengo que contar qué me trae por acá- me dijo y
por primera vez, algo muy parecido a una sonrisa parpadeó en su cara. Duró eso, un fugaz parpadeo.
-Como tener, no tenés por qué hacer nada- le dije evitando cualquier gesto delator.

Recordé aquellos juegos de cartas trasnochados. Nos habíamos transformado en especialistas de primera clase. El menor guiño, un leve oscilar de la cabeza o un re acomodamiento de cabellos ponía en evidencia, de forma inevitable, el juego que el adversario se traía entre manos.

-Te morís por saber.
-Mejor no hablemos de morirse.
-Sí, mejor. Aunque bueno, no te quiero mentir. Mi visita tiene que ver con…
-No me jodas, Pablo. Te lo pido por favor.
-¿No querés que siga, no?
-No.
-No sigo entonces.
-No seas boludo. Si viniste hasta acá…
-No fue fácil llegar.
-Imagino.
-No te lo podés imaginar.
-La verdad que no.
-¿Me hacés un té, Amatista?
- También tomás té ahora. Otra de tus nuevas realidades.

Asintió. Recordé la primera vez que lo vi. En ese entonces todo era muy diferente. Otro mundo. Otra vida. Tenía pecas, sí, pecas diminutas y sonrisa Kolinos. Esas fueron las cosas que primero me llamaron la atención. Encendí el fuego, llené la pava con agua y la puse sobre la hornalla. La pava se quejó al sentirse abrasada y soltó un sonido con el que parecía pedirnos un imperioso silencio. No tardé mucho en desobedecerla.

-Si viniste hasta acá- seguí – vale la pena conocer la razón. Me gustaría que fueran sólo las ganas de ver a un viejo amigo, pero no sé por qué tengo el presentimiento de que no venís por eso. Y menos por una taza de agua hervida con un saquito desteñido dentro.
-Vos sabés que siempre odié los rodeos. La gente que se la pasa dándole vueltas y más vueltas a las cosas no me va, no la soporto.
-¿Entonces?
-Vine porque dentro de un mes, exactamente dentro de un mes, vos vas a ser como yo.

Pablo se había puesto de pie por primera vez. Cuando terminó de hablar, cuando el vas a ser como yo terminó de escurrirse por el aire, vas a ser como yo, pareció desinflarse, como si alguien muy muy lejos hubiera cortado la corriente y lo hubiera dejado sin batería. Se sentó, aunque lo más correcto sería decir que se desplomó en su silla.
Pablo y sus pecas y su sonrisa. Pablo y su delantal y su guitarra. Pablo y sus dibujos. Pablo y su mundo. Vas a ser como yo. Vas a ser como yo, me dijo. En otro tiempo, una profecía así me hubiera colmado de dicha. Pero si mis cálculos no me fallaban, Pablo llevaba ya unos dieciseis años muerto. Su frase, profética o no, acertada o no, no era la mejor manera de comenzar la mañana. Un silbido agudo estalló en la cocina. El agua se encontraba en su punto justo de ebullición.