miércoles, 23 de diciembre de 2009

EL PIS DE LOS VALIENTES
















-¿Otra vez? ¿Otra vez? ¡Con vos no hay lavarropas que alcance!
La mamá de Nacho puso las sábanas a lavar y vio que su hijo permanecía de pie con los ojos paseando por las baldosas de la cocina.
-Perdoname, Nacho. Vos sabés que te quiero mucho, ¿no?
-Sí, lo sé, Má-pensó Nacho.
-Pero es que ya no sé que hacer. Vos ya sos grande…
-No, no soy grande, Má. Todavía soy chiquito-siguió pensando Nacho mientras sus ojos ya no paseaban por las baldosas sino por los pelos todos despeinados de su mamá.
-Digo, que sos grande para hacerte pis en la cama, Nachito-dijo su madre como si pudiera adivinar lo que pensaba su hijo
-Ah, eso sí, Má-siguió diciendo dentro de su cabeza Nacho. Y pensó que los pelos de su mamá no tenían nada que envidiarle a los del monstruo más monstruoso. En seguida se arrepintió de pensar semejante cosa, ¿y si su madre podía adivinar lo que pensaba?
Pero su mamá no se enojó, al contrario, se agachó y le dio un beso gigante, de esos que Nacho se limpiaba con una sonrisa. No, por suerte no podía adivinar las cosas que pensaba. O no tan suerte. Había cosas que Nacho no sabía cómo contarlas. Y en ocasiones, no le hubiera venido mal que su mamá fuera una maga adivinadora de pensamientos.
-Bueno, no importa, mi amor. No me hagas caso-dijo su mamá y luego de hacerle un mimo puso a calentar la leche para el desayuno.
El problema para Nacho era saber que “no importa” sí importa. Y que su mamá no estaba enojada, sino algo mucho peor: estaba triste. Y ni a Nacho ni a ningún nene del universo le gusta ver a su mamá triste.
-No quiero que estés triste, Má. ¿Pero cómo te lo curo? Sí, ya sé. Vos querés que no me haga pis en la cama. Pero no puedo. Vos no me vas a creer si te lo digo, pero ¿sabés, Má? Mi pis es mágico, y es lo único que puede salvar al mundo.

Su mamá no lo sabía, pero Nacho estaba librando una terrible batalla.

Todo comenzó aquella noche, a la hora de dormir, cuando la luz y sus padres se fueron de la mano, y Nacho oyó unos ruidos que nunca había oído antes. No era su imaginación, había algo que se arrastraba debajo de su cama. Y no, no era su gato Felipe. Ni ningún otro gato, perro, ni ratón, ni nada de este mundo. Eran monstruos. Monstruos que de a poco se trepaban por la frazada buscando subirse a su cama.
-¡Váyanse, váyanse de acá, mostros malos! -quiso gritar Nacho pero el miedo le cerró la boca. Se metió dentro de las sábanas y tapó sus ojos esperando que se fueran. También quería taparse las orejas, pero cuando lo hacía se destapaba los ojos, y entonces volvía a taparse los ojos y se les destapaban las orejas, y así todo el rato. Nacho pensó que sería bueno tener cuatro manos para taparse todo junto. O mejor cinco, así podía rascarse el ombligo que siempre le picaba cuando tenía miedo.
–No, con cinco manos voy a parecer un, voy a parecer un… mostro! -se dio cuenta Nacho- Voy a parecer un nene mostro, y yo no soy un nene mostro, yo soy un nene así, con dos manos y nada más.
Nacho abrió los ojos por las dudas y miró si le habían crecido otras manos nuevas. Pero no, menos mal, seguía teniendo las mismas dos manos de siempre. O no tan menos mal, porque como se había destapado los ojos, podía ver que los monstruos ya se estaban trepando por su cama. Vio las sombras monstruosas a través de las sábanas y cerró los ojos con toda la fuerza que tenía en sus pestañas, en un último intento por hacerlos desaparecer. Y los cerró tan fuerte que su cama se hizo gigante, grande como un mundo. Pero los monstruos también estaban ahí porque eran muy pesados y no tenían ganas de irse así nomás.
-¡Dejanos pasar, Nacho!- gritaron todos los monstruos juntos creando un coro monstruoso aunque bastante afinado.
-No los voy a dejar mostros malos-les respondió Nacho, que tenía miedo pero ya no tanto en ese mundo de su cama gigante.
-¡Pero si no nos dejás pasar no podemos invadir tu planeta, Nacho! –siguió afinando el coro monstruoso.
-No, no los dejo nada- dijo Nacho y puso sus manos a los costados, parándose como si fuera un Superman en piyama.
-¡Nosotros somos los mostros más marcianos de todo el espacio y no nos va a frenar un nenito! –se enojaron los monstruos y empezaron a caminar hacia donde estaba parado Nacho.
-¿Nenito? ¡Yo les voy a dar nenito a ustedes!- gritó el nene Nacho Superman en piyama de la cama gigante.
Los monstruos eran un montón, y para detenerlos, Nacho tuvo que utilizar un arma muy terrible y peligrosa: el súper pis anti-mostros.
-¡Tomen mostros malditos!- gritó Nacho y arrojó su arma letal sobre ellos. Y los monstruos, tan monstruosos que parecían, cambiaron sus gritos y rugidos por un lloriqueo de perrito abandonado. Y salieron corriendo.
Por la mañana, Nacho se despertó feliz. Era un héroe, un príncipe valiente que había enfrentado a los monstruos sin ayuda. Y les había ganado. Pero la felicidad le duró el tiempo que su mamá tardó en descubrir el charco arriba de la cama. No es aconsejable amanecer con una sonrisa luego de haberse hecho pis encima.
Las noches se repitieron, y su batalla contra los monstruos continuó siempre con el mismo resultado: Nacho victorioso y su mamá derrotada por las sábanas. Ella no se tomaba tan bien que su hijo fuera un héroe. Quizá porque no lo sabía. Cuando la veía con esa cara de disgusto, a Nacho le daban ganas de contarle. Pero después se arrepentía. ¿Y si no le creía que era un super héroe? Lo había pensado y eso le daba más miedo que los mismos monstruos.
Su mamá lo llevó al doctor, se despertó un millón de veces por la noche para llevarlo al baño, y en un acto desesperado, llegó a poner una botella con agua al lado de su cama, algo que al parecer funcionaba muy bien con los perros. No hubo caso. Los monstruos no se toman vacaciones y Nacho no estaba dispuesto a dejarlos pasar.
Una vez su mamá le preguntó: -Decime, Nacho, ¿vos no creerás que piyama quiere decir pish en la cama, no? Y aunque los dos se rieron mucho, Nacho sabía que a su mamá el tema no le causaba mucha gracia. Es más, ¡estaba triste! ¡Tenía que hacer algo! El super héroe Nacho descubrió que tenía una misión mucho más importante que salvar al universo.
Llegó una nueva noche y los monstruos volvieron al ataque. Pero Nacho no se escondió debajo de las sábanas, al contrario, se paró sobre la cama. Las piernas le temblaron y aun así se mantuvo firme, con sus brazos a los costados y su piyama de príncipe valiente.
-¡Dejanos pasar, Nacho!-gritaron los monstruos algo sorprendidos de ver a Nacho ahí arriba.
-Díganme, señores mostros, ¿no están un poco cansados de venir todas las noches y que yo les tire con mi super pis?- les preguntó Nacho con una voz de super héroe que le salió un poco aflautada.
-Sí, la verdad que estamos repodridos. ¡Pero qué querés si tenemos que invadir el planeta y vos no nos dejás!- volvieron a gritar los monstruos resignados.
-¡Tengo una idea! Vayánse a invadir otro planeta, qué se yo, a Saturno por ejemplo, y les prometo que no les tiro más con pis.
-¿En serio, es un trato? –preguntaron los monstruos y como vieron que Nacho les decía que sí con la cabeza se pusieron muy contentos-. A mí Saturno me gusta porque está lleno de anillos. ¡Dale, vamos! ¡Vamos a Saturno, oh, oh oh oh oh!- cantaron felices los monstruos mientras se iban por debajo de la cama para nunca más volver.

Al otro día, y después de mucho, mucho tiempo, su mamá encontró las sábanas secas y limpias.
-¡No me hice pis, no me hice pis!- gritó Nacho y corrió a abrazarla.
-Te quiero mucho, Nacho- dijo su mamá.
-Yo también te quiero mucho-estuvo a punto de pensar Nacho. Pero esta vez pudo decirlo.

3 comentarios:

Náspid Franzapán dijo...

Me encantó! Muchas gracias!

Unknown dijo...

No has escrito nada en mucho tiempo. Regrese a las rodadas señor... No se deje vencer por lo cotidiano; recuerde que sin escribir se deja de soñar y de vivir...

Mariano dijo...

Es cierto Gabriel, palabras sabias las tuyas. Y en eso estoy, ya subiré cosas nuevas. Abrazo!