viernes, 28 de noviembre de 2008

FACEBOOK RELOADED

Facebook reloaded

Internet es una herramienta poderosa. A través de la red se puede conseguir lo que a uno se le ocurra: hacer las compras, pagar los impuestos, y hasta encontrar nuestra media naranja. ¿Quién no oyó de alguien que conoció a su pareja chateando, o en una página de contactos o, incluso, jugando al tatetí on line? En los últimos tiempos ha ganado terreno una nueva modalidad internetiana. Quien desee reencontrarse con sus ex compañeros de la universidad, del colegio, del jardín y, ¿por qué no?, de la guardería, ya puede hacerlo. Y no es impedimento alguno haber perdido cualquier tipo de contacto con la persona a rastrear. Puede haberse mudado de casa, de país, o de continente. Puede haberse mudado de planeta sin avisarle a nadie. No importa. Facebook es la solución definitiva. Esta página de contactos y redes sociales, fue creada por un estudiante de Harvard que ni en el más delirante de sus sueños imaginó que, apenas un par de años después, más de 60 millones de personas se habrían enamorado de su idea. Se ha llegado a afirmar, sin que a nadie se le caiga la conexión por ello: primero fue la computadora personal, luego Windows, luego la Web, y hoy, la plataforma Facebook. Se podría aseverar que en Buenos Aires hoy existe una fiebre facebookística sin parangones. Ir a un bar o a un restaurante un fin de semana por la noche, y pretender charlar o llamar la atención del mozo, sin utilizar un megáfono o un arco y una flecha es una utopía. No existe lugar donde no se esté concretando un feliz reencuentro estudiantil. Una orquesta de carcajadas, llanto, gritos desaforados, abrazos múltiples, anécdotas narradas con un desaforo inverosímil, deleitará nuestra velada aun cuando hayamos puesto nuestra mesa dentro del baño del local. Tampoco será sencillo conciliar el sueño por la noche, cuando al cerrar los ojos, advirtamos que en nuestras retinas quedaron grabados los 78.957 flashes, que provocaron 37 cámaras digitales disparando a ritmo sostenido. “¡¡Estás igual!! “En tercer grado, yo gustaba de vos”. “Decime, ¿por qué nunca me invistaste a jugar a tu casa?”. Son algunos de los hits que más suenan hoy en las calles porteñas. Es como si el mundo virtual se hubiera comido al mundo real. Argentina ha dejado de pertenecer al Tercer Mundo. Desde hoy, y para siempre, Argentina pertenece al Mundo Facebook. ¿Y Ud., en qué mundo vive? ¿Qué espera para crear su perfil? Yo, por mi parte, ya me contacté con mis compañeritos de sala de 3, y este sábado a la noche reventaremos la pizzería del barrio con los hits de Carozo y Narizota, Patolandia y Titanes en el Ring. Si no puedes vencerlos…



Octubre 2008

RABIA

Más rápido. No puedo parar ahora. Aunque mi cuerpo parece decir basta. Tengo que ir. Llegar. Tengo que llegar. O será demasiado tarde. Juan, está solo. En casa, desprotegido. Más rápido. Tengo que correr más rápido. O ellos llegarán antes y entonces… ¡No! Rápido, rápido. El no sabe lo que pasa. Estará jugando con su computadora, o sus juguetes, lo mismo da. Igual de indefenso. No. No van a detenerme. Malditos. Veo el caos rodeándome a cada paso. Veo perros luchando con sus amos. Hombres luchando con sus perros. Matanzas. Ataques salvajes, sangre, terror. La sangre humana y la animal desparramándose por la calle. Juan. Estoy tan seguro de su soledad. Rápido, más rápido. Mi cuerpo se resiste pero algo en mi interior me obliga, renueva mis fuerzas. No falta mucho. Su cara alegre al verme llegar, sus brazos extendidos hacia mí. Puedo verlo ya. Con un salto logro esquivar a un perro que, de tan entretenido con el cuerpo inerte de su amo, apenas si repara en mi presencia. La muerte en un mordisco. El llamado de la selva. El llamado de la carne. Gritos. Aullidos. Llantos. Las calles se tiñen de un rojo trágico. Adivino el color. Juan. Su nombre se apodera de mí. Sé que ellos van por él. Debo impedirlo. Llegar antes que... Un último esfuerzo. Allí, en la esquina, ya casi estoy. El cuerpo de la hermana de Juan descansa en la vereda. Un río de sangre mana de su cuello y se pierde en una alcantarilla. Su intento ha resultado tan inútil como su corta vida. La puerta de la casa. Sí, aun no han llegado. He sido el más veloz. En la ventana, alcanzo a ver a Juan. En la calle, Juan alcanza a verme a mí. Feliz, corre a abrirme la puerta. Qué suerte, al menos para él todo acabará muy pronto.

ENTRELÍNEAS

El papel. Blanco. Llamándome el papel. Vacío. Sólo líneas, flacas, casi raquíticas y caprichosas. Interminables hileras, prolongadas, huecas. Produce un fuerte mareo el mirar hacia abajo y verlas caer sin cesar, infinitas, una a una. Esperando. Repitiéndose, inacabables, famélicas, empecinadas en ser, en estar, en haber sido víctimas de mi falta de ingenio, de mi siempre llegada tarde. Huecos trazos que cruzan el margen de mi desdicha. ¿Qué esperan allí abajo? Paralelas. ¿Piensan que no intenté? Es harto difícil pelear con uno mismo. Y quedar de pie. Siguen allí. Aguardando. Generando una expectativa inútil. Sólo saben pedir. Yo escucho sus murmullos de insatisfacción. No puedo hacer otra cosa más que oírlos. Me atraviesan de lado a lado. Imposible concentrarse, continuar. Claro, como si a mí me gustara estar así. Paralizado. Insisten. Existen. Y no puedo enfrentarlas. No, el llanto no sirve. No borra nada. Si hasta me parece que se divierten con la situación. ¡Se ríen de mí! Debo alejarme, me hacen mal. ¡Estúpidas! Pero no, ¿cómo vivir sin ellas? ¿Y con ellas? Dios. El infierno tan temido. Pesadillas de papel vacío. Corro por una gigante e interminable hoja en blanco. Cruzado por líneas, flotando al margen. Dándome vuelta en las páginas. Sudo tinta por mis poros. Me diluyo. Riego. Manchas. Ínfima, pequeña manchita. Soy. Insignificante ausencia que de a poco se seca. Y solo quedo. Y sólo queda un... Punto

CURSIVA MORTAL

A veces uno se ve obligado a enfrentarse con su pasado. Y no porque el analista nos clave una pipa en la nuca esperando confesión. Nuestra historia, los recuerdos, el background que nos rellena cual gomaespuma, puede fugarse como si no fuéramos más que un almohadón viejo y deshilachado. En mi caso, bastó apenas un trámite en una escribanía para que me subiera al Delorean con Michael Fox y viajara sin escalas a mi propia infancia. Para ser sinceros, no fue necesario un coche cargado de plutonio, ni ninguna máquina pergeñada por H. G. Wells, para realizar mi travesía. Sólo el pedido de la secretaria para que rellenara el formulario en letra cursiva. Mi primera reacción fue observarla como si lo que me estuviera pidiendo era que escribiera en jeringozo. De hecho, cerca estuve de escribir mis respuestas en esa jerga. Hubiera resultado más fácil, sin dudas. Al terminar la primaria, odiaba tanto mi letra cursiva, que me perjuré no volver a incurrir en semejantes garabatos nunca más, y fui acogido en la uniformidad de la letra imprenta, tanto en mayúscula como en minúscula. Con el tiempo vino la máquina de escribir, y poco después llegaron las computadoras. Con lo cual, empuñar cualquier tipo de lápiz o birome pasó a ser algo casi ajeno, fuera de moda incluso. Y ahí estaba otra vez, enfrentándome a aquella letra cursiva que había aterrado a cuanto renglón de cuaderno Gloria había tenido debajo. No es justo, pensé. Y pensé en imprenta, porque hasta a ese nivel había llegado mi odio y temor a la maldita letra cursiva. ¿Otra vez vos? Otra vez el delantal manchado de tinta, el papel secante, los cartuchos pinchados de la 303. Otra vez mi letra de tic nervioso, de pis en la cama, de … ¡Basta! No podía ser tan difícil. Tenía que terminar de una vez con todo eso, por una cuestión de orgullo, y sobre todo porque la secretaria, a esas alturas, ya me miraba como si efectivamente tuviera puesto un delantal manchado de tinta, y aún peor, como si un enorme charco de pis estuviera saliendo debajo de mí. Algo que, por otra parte, no estaba muy lejos de concretarse. Tardando ocho veces más de lo normal, creí sortear con éxito la maldición cursiva. Mi letra no distaba mucho de ser la misma que usaba en segundo grado. Hasta podría decir que era como la de preescolar, si hubiera sabido escribir para ese entonces. Pero, y aun con pasos de lisiado famélico, había llegado al final. Apenas me faltaba escribir el apellido de mi madre. Una ñoñera, una pavadita de nada. ¡Un mal nacido apellido ruso judío terminado en la letra K! Y no es que tenga nada en contra de los judíos, ni de los rusos, ni siquiera era algo personal con los Kirchner. El problema era no tener ni la menor idea de cómo se escribía la letra K en el bendito lenguaje cursivo. Lo intenté, una y otra vez, en mi mano, en la mesa, y hasta habría seguido intentando en las paredes sino hubiera tenido la plena seguridad de terminar en la cárcel o en un cotolengo. Era así, para arriba, y después con una pancita. No, así no. Era como una ele que luego hacía un firulete y… No, ¡así era la clave de sol! Imposible. Rendido, entregado, hincado ante mi derrota, me acerqué hasta la secretaria, arrojé la hoja en su escritorio, y me alejé rezando que no me pusiera un 0. Al menos, en casa de mi mamá, y para bañar mis penas, me esperaba una leche con vainillas.


Setiembre 2008

martes, 10 de junio de 2008

60 DÍAS DE VIAJE SUBMARINO

Llueve sobre Buenos Aires. Qué digo llueve, diluvia. Y yo acá, a metros del Parque Centenario, entre el ayer y el mañana, intentando domar mi propia tormenta. Por el teclado, húmedo, resbalan mis dedos y mis ideas. Pasaron dos meses desde que me fui. ¿O son 60 días desde que llegué? Sumergido en mis paradojas será difícil que llegue a buen puerto. “Sumergido en mis paradojas”, la verdad es que sería una hermosa figura retórica si la realidad no indicara que un enorme charco de agua se introdujo furioso, por debajo de la puerta del lavadero, y me tiene rodeado. ¡Maldito Al Gore! Parece que ni viviendo en un noveno piso estamos a salvo del cambio climático. Antes de morir ahogado o electrocutado por mi propia notebook, apuro mis últimas líneas. Esas que cuentan que es tiempo de reencuentros, y de despedidas. De acomodamientos incómodos. De embarazos, cumpleaños, entierros. De una última semana que llevó a mi hijo a los dos años, que también acercó a un servidor peligrosamente a la cuarentena y que despidió a mi abuelo que, benditas paradojas de por medio, se fue sin haberse ido. Sensaciones encontradas. O por decirlo mejor, desencontradas. Parece que hubiera estado filmando: “Dos cumpleaños y un funeral”, la remake argentinizada de aquella película de Hugh Grant. Porque fue así: entre mi cumpleaños y el de mi hijo se instaló el entierro de mi abuelo. Con cualquier otra persona de este mundo apostaría a la casualidad. Con el abuelo Alberto, jamás. ¿Qué duda cabe que hasta para morirse eligió una fecha que no nos permitiera ponernos demasiado tristes? Así, cobijado entre la celebración de la vida de nietos y biznietos, se hizo el distraído y se tomó el raje. Es curioso, por más que lo intento, no puedo recordarlo de otra forma que no sea riendo, contando chistes, bailando y tarareando ese jazz que llevaba aferrado a su alma. Me arriesgaría a decir que no hay nadie que pueda acordarse de él de una forma diferente. ¿Será ese el secreto de la vida eterna? ¿Que aunque te vayas te quedes? ¿Que tu solo recuerdo haga feliz a la gente? No lo sé, pero ¿cómo afirmar que alguien se ha muerto cuándo sigue tan vivo? Harto de paradojas vuelvo a mi presente. Sigo aún dentro de la era de acuario, con el agua al cuello, de lágrimas, de lluvia, de esta húmeda Buenos Aires.

RETIRO DE NOCHE

¿Puede un lugar ser símbolo de todo un barrio? No lo sé. Lo cierto es que para mí, nombrar a Retiro siempre fue signo de estar hablando de la estación de ómnibus. Como si allí se conformara un microbarrio, un mini país, y más allá de sus fronteras se extendieran otros mundos. De chico, penetraba en ese universo gigante como lo haría un pigmeo en un bosque de arrayanes. Había miedo, y también cierta felicidad por saber que ese lugar era un puente hacia otras aventuras. Un trampolín de largo alcance que me llevaba a cualquier confín de la Argentina. Con el tiempo llegué a borrar las interminables horas en micro, y nació en mí un imaginario que rayaba con la ciencia ficción. Retiro no era ya sólo un mundo aparte, era una puerta en el tiempo y en el espacio. Una pista de despegue para teletransportarse al infinito. Viví muchos años con ese recuerdo, aun sin saber que lo conservaba. Y un día, forzado por las circunstancias, regresé. Los años crean monstruos que la realidad mata sin anestesia. Retiro no era el mismo. O quizás era yo el que ya no era. Los techos no eran tan altos. Y la ficción no era tan ficción. Llegué de noche y temprano, tenía que esperar. Recorrí la estación buscando un asiento. No sería una misión fácil, los interminables pasillos estaban atiborrados de gente. Como si se rieran de la hora. ¿Acaso lo había olvidado? Allí dentro no existe la noche ni el día. El tiempo es una pasta pegajosa en la estación, una pasta que no cualquiera puede tragar. Mi búsqueda tuvo premio y di con un asiento libre y de aspecto saludable. Tal vez podría llegar con vida a mi autobús. Pero nada es tan sencillo en esta historia. Al principio con leves vaivenes, y luego como olas de tsunami, comenzó a sacudirse mi asiento. Giré molesto buscando el causante de mi paz imposible. Hubiera preferido no hacerlo, no sentarme, no volver. Me levanté y caminé. Caminé sin poder alejarme. Sus ojos perdidos, su edad indescifrable. Ya anunciaban mi autobús. Corrí y me arrojé dentro de él. Retiro me escupió, como a tantos. Y mientras ganaba distancia, me di cuenta que no podría escapar. No de ese hombre sin rostro, sin esperanza. Él no estaba de paso, vivía ahí. Lo decía en su mirada. ¿Qué habría sido de él? ¿Habría quedado atrapado en el embrujo de mi mundo imaginario? ¿O habría sido una simple víctima de nuestra desahuciada realidad? Ambas alternativas me infundían terror. Mejor no pensar. ¿No pensar? ¡Qué estupidez! Yo y mis puertas al espacio. Para ese hombre todas las puertas conducían al vacío. Intenté acomodarme en mi asiento. Sería un largo viaje.

Bs As, octubre de 2007

TIEMPO DE BALANZAS

Le temo a los balances. Y últimamente mucho más a las balanzas. Pero ya casi sumergido en el setiembre porteño puede que sea hora de revisar un poco las cuentas. Quizás las imágenes puedan hablar mucho mejor que uno. Las fotos que fui sacando todo este tiempo y que llevo sin revelar en el almacén de mi memoria. Pido disculpas, están como dije, “inreveladas”, en bruto, sin catalogar. Intentaré escupirlas, prometo, con tanto arte como me sea posible… Ey, ¿por qué dice “escupirlas” dónde debería decir “esculpirlas”? Será, tal vez, que fue eso lo que quise decir. Las teclas respiran honestidad brutal, hasta cuando se equivocan cuentan verdades. Y de contar se trata, de narrar, relatar, vivenciar. Esta Argentina modelo 2007. Este Buenos Aires modelo para armar. Los cartoneros que siguen juntando cartón y lo que “haiga”, cada noche, en cada esquina. El dólar que sube, el Euro que sube, el tomate que sube. Y uno que ya no vive en dólares, que ya no vive en Euros, que ya no come tomate. Hay trabajo. Hay hambre. Hay ganas de comer. Hay ganas de trabajar. Como si todo fuera un círculo. Un círculo que aquí, en la Argentina, puede no ser circular. Hay esperanza también, hay fe. No la encontrás fácilmente. Pero si la buscás, la encontrás. Y si la encontrás viene lo difícil: qué hacer con ella. Te gusta el fútbol y los partidos se suspenden. Te matan en las tribunas, te matan fuera de las tribunas. Te matan. Pero te sigue gustando el fútbol. Al fin y al principio también, sos argentino, ¿no? ¿Cómo vivir sin fútbol? ¿Y sin tomate? Hay mosquitos en Buenos Aires, una invasión. Mosquitos grandes, chiquitos, peludos. Mosquitos anti raid, mosquitos anti spray… Ay… Hay mosquitos hasta con bufanda. Y pingüinos, por supuesto. Porque nieva en Buenos Aires. Carajo que nieva. De arriba hacia abajo. De costado y de revés. Por todos lados nieva. En la plaza de Villa Urquiza, en Ezeiza, en el Obelisco. Y yo me pregunto: ¿Será este mundo globalizado y global que hace que nieve? ¿Será la nevada mortal que auguraba El Eternauta? ¿No resultará que estamos muertos y que nadie nos avisó? O será que no volví. Que lo soñé. Que me soñé soñando que volvía. Será como decía, que le tengo miedo a las balanzas. Y que, con tal de no subirme a una, puedo terminar diciendo cualquier disparate.

Bs As, setiembre de 2007

miércoles, 28 de mayo de 2008

HUMOS DEL VECINO

Primero fue “Granizo Mortal”. Luego vinieron: “Los Mosquitos Asesinos”. Y cuando parecía que los títulos de las películas clase “B” se habían agotado, llegó: “Humo Sangriento”. Pero ojalá fueran sólo eso, malas películas de terror. Lo cierto es que viviendo en la tierra donde la ficción siempre es realidad, nos encontramos con que nada, y todo, es lo que parece. Aparentemente, los hechos se originaron en el Delta con una simple y rutinaria quema de pastizales para mejorar las futuras cosechas de soja. Y si bien es difícil aventurar que pasará con las sojas por venir, lo que resultó un éxito rotundo fue la cosecha de humo. Por días y días Buenos Aires se vio acorralada por una gigantesca nube, sino radioactiva, infernal. Infernal por su olor pestilente, e infernal por la cantidad de accidentes que provocó. Numerosos conductores perdieron la vida al salir por las mañanas a la ruta y encontrarse con una nube blanca y dantesca que les impedía ver más allá de sus parabrisas. Los porteños primero tomaron con cierta simpatía ese nuevo aire londinense que cubría la ciudad, pero no tardaron en descubrir que eso que venía del Delta, tenía tan poco de Londres como de aire. Así que miles de conciudadanos decidieron emular a Michael Jackson y los barbijos se pusieron de moda en la pasarela porteña. Algún desprevenido que paseara por el centro en aquellos neblinados días, podría haber creído, y no sin razón, que se encontraba en medio de una nueva guerra bacteriológica. El gobierno le echó la culpa al campo. Y el campo le echó la culpa al gobierno de echarle la culpa. Porque claro, sólo aquí, y dónde más, esta batalla de los humos podía acontecer en medio de un conflicto entre el campo y el gobierno, que había conseguido que hasta las vacas se pusieran de paro. Hubo numerosas teorías: que si los porteños golpeaban cacerolas para protestar, los del campo no podían ser menos y lo hacían con el humo de los asaditos, que el humo no era más que un efecto especial creado por Steven Spielberg, que fue contratado por los poderosos hacendados que andan en 4 x 4 para desestabilizar al gobierno de Kristina, y hasta se llegó a afirmar que el humo provenía de las bombas Molotov que los guerrilleros uruguayos de Botnia arrojaron como preanuncio de una invasión oriental a gran escala. Como se decía al comienzo, aquí, todo, y nada, pueden ser ciertos. Pero me quedo con los títulos de las películas clase “B”. “B” de Buenos Aires. Y sobre todo, “B” de Boludos.


BA, abril de 2008

LA CUMBIA DEL ODONTÓLOGO

Que todos nos merecemos segundas oportunidades es una verdad de “Pedrogrullo”. Pero cuando esa frase se aplica a asesinos saliendo de una cárcel, el tema da para plantearse si Pedro tendrá razón. Y si, además, el serial killer del que hablamos se ocupó de aniquilar a su propia familia, bueno, la cosa se complica. El asesino en cuestión no es otro que el archifamoso Doctor Barreda, alias “el odontólogo”. El mismo que por aquella primavera menemista del ´92 escopeteó sin asco a su mujer, su suegra y sus dos hijas. En estos días salió en libertad condicional y se fue a vivir con su nueva novia al barrio de Belgrano. Las 9 balas que utilizó le costaron finalmente 16 años de cárcel. Las cuentas cierran (al menos para él), un poco menos de dos años por cada disparo mortal. Aborrecido por muchos y endiosado por otros tantos, el doctor ha servido de inspiración para numerosos maridos insatisfechos. Para fortuna de sus esposas la inspiración, hasta el momento, no pasó de lucir camisetas con inscripciones alusivas o de irónicas pintadas callejeras. Algunos fueron un poco más allá y armaron una banda homenajeando a su ídolo, el Dental Killer. Y otros le compusieron una cumbia. Sí, “La cumbia del odontólogo”. No es una broma, o sí, una broma del destino. Sus versos encumbiados invitan a bailar: “… pusiste tu sello, y las pasaste a degüello. Agarraste la escopeta, y las hiciste boleta…” O mejor dicho, invitan a balear. Cuenta la leyenda que al odontólogo le hacían la vida imposible, que su mujer y sobre todo su suegra, lo agredían de forma contínua y que eso le hizo perder el control. Otras teorías, algo más sospechosas, aluden a cierto fanatismo del doctor por la búsqueda de la dentadura perfecta. Al parecer, las mujeres con las que compartía vivienda tenían sus dientes tan torcidos como sus destinos. Y el odontólogo juzgó que la única solución para ellas era un tratamiento de conducto que sólo podía emplearse a fondo a base de su escopeta española de calibre 16,5. Hoy los vecinos del barrio de Belgrano se encuentran algo conmocionados. Numerosas pancartas y pasacalles atiborran las veredas del nuevo hogar del torno maníaco. Pero, al contrario de lo que uno podría imaginarse, los mensajes no son de repudio e indignación. Muy por el contrario, se le da la bienvenida con una alegría tan certera como su puntería. Por lo visto, los ciudadanos porteños sí creen en las segundas oportunidades. O prefieren apostar, a que cuando llegue esa nueva oportunidad, no sean ellos los que caigan bajo su furia asesina. Yo, por las dudas le aclaro, señor Barreda, y que conste en actas, que este servidor se lava los dientes 20 veces al día. Cumbia, baby.