sábado, 24 de julio de 2010

29 DÍAS DE FEBRERO (3º Capítulo)

Capítulo 3



¿Por qué todo tiene que tener un sentido? ¿Por qué necesariamente tenemos que estar yendo hacia alguna parte? La bendita manía de buscarle explicación a la vida, de encontrar una razón, un justificativo de nuestra existencia. No sé si pasa por ser existencial, o no serlo. No sé por dónde pasa, ni sé si me importa. Bueno, sí, me importa. Y me duele. Me duele ser existencial. El hecho de aceptar mi existencia conlleva la aceptación de la no existencia. ¿Cómo pudo existir un mundo sin mí? Y lo que es mucho peor, ¿cómo podrá seguir girando el planeta cuando yo no esté? Podrán tildarme de egoísta por tener tales pensamientos. Y sí, tendrán que perdonarme, pero cuando se trata de mi vida (y de mi muerte) puedo volverme extremadamente avaro. Es mi vida, mía, y de nadie más. Y no la quiero perder. Me importaría dejar este punto muy claro: no quiero que se termine. Sí, sí, ya sé que todo tiene un final. Es vox populi (dei). Me lo puedo tomar con humor incluso, pero es todo teatro. Es una máscara disfuncional. No hay teatro ni máscara. No hay función que funcione. La idea del fin es una prolongada agonía que llevo arrastrando desde mi primera infancia. ¿Y por qué un niño, alguien que recién comienza el camino tiene que andar con semejante carga? ¿Es que no se puede disfrutar jamás de cierta inconsciencia? Se han escrito toneladas de páginas sobre el tema. Y se seguirán escribiendo. Supongo que es porque es EL TEMA. Casi todo tiene solución. Casi todo tiene explicación. La ciencia ha podido con la inconsciencia prácticamente en todo. Pero a la muerte no hay con qué darle. Sí, se puede saber la causa por la que uno se muere o se va a morir. Es un por qué. Pero es sólo un tibio por qué. El por qué más importante ni por asomo lo conocemos. ¿Por qué me tengo que morir? ¿Eh? Eso nadie me lo sabe responder. Todos nos morimos, te responden. ¿Qué les pasa, se olvidan de mi egocentrismo mortal? Me importa muy poco el TODOS. Me importa el YO. ¿Por qué habría de conformarme, por qué habría de consolar mi propia muerte el hecho de que todos los demás también sigan mi camino? En cuestión de muerte me cago en el socialismo. Pero el capitalismo salvaje no me ofrece consuelo, ni soluciones. La vida es como subirse a una cinta de esas que hay en algunos aeropuertos modernos. Cintas que te llevan, te empujan aunque no quieras. Puede ser más o menos divertido el viaje. Pero en algún momento se termina. Allí adelante te espera un abismo profundo y oscuro. Y cada día (cada segundo) está más cerca. Supongo que a nadie le gustará leer estas líneas. Sin embargo, por más que pasen de página, por más que cierren el libro (los ojos). Por más que consigan evadirse hacia otro lugar más cómodo, eso no cambiará la realidad. El código de barras, la etiqueta con fecha de vencimiento seguirá allí. Marcando el ritmo decreciente de nuestros destinos. Nada que diga lo puede cambiar. Nada que haga modificará ni un ápice los acontecimientos que ya fueron marcados en algún libro sin hojas. Es un cáncer voraz que te come por dentro. Con el mismo apetito que devora el Amazonas, o se traga una estrella. La nada que puede con el todo. No somos nada. No, es una frase falaz. En todo caso, no somos todo. Somos nada. De la nada venimos, y hacia ella vamos. Por momentos, de tanto repetirlo parece que me puedo sentir algo más cómodo con la idea. Es una ilusión. Cuando lo vuelvo a pensar, cuando lo internalizo, nace un dolor, una punzada en las tripas. Un aguijón que se retuerce y esparce su veneno. Como aquellos personajes del Eternauta, los Manos. Poseían una glándula incrustada en su interior, y al sentir miedo, al sentir verdadero terror, la glándula estallaba y sus venas se llenaban de muerte. La glándula del terror. Quizá Oesterheld supiera algo que no nos contó.

martes, 25 de mayo de 2010

29 Días de Febrero (2º capítulo)

2-


-Entonces así están las cosas. Voy derechito al limbo, o cómo se llame. Y decime, a vos te contrataron de mensajero, nomás. O vas a ser el balsero que me cruza al otro lado de la orilla. Ojos como monedas. Eh, qué pasa, te comieron la lengua los gusanos?
No había podido evitar que las palabras de Pablo, la profecía amarga que había vertido sobre mi (no) existencia, le diera un vuelco a mis emociones. Súbitamente, una furia poderosa se había hecho carne en mí.
¿Palabras? Yo no dije nada.
-¿Eh? ¿Qué dijiste?
Yo no ESTOY diciendo nada.
Pablo miraba como hipnotizado el ventilador de techo que con giros gastados apenas arañaba el aire que teníamos sobre nuestras cabezas.
Ah, la cosa va de hablar para dentro. Si querés jugar a eso, yo también puedo…
-Eh, dejá de mirar el techo como un boludo, te estoy hablando. No podés soltarme una cosa así y después hacerte el indiferente.
¿Vos te pensás que para mí es fácil? Ni te imaginás lo que…
-Pará, pará un poquito. ¿Es mucho pedir que abras la boca para hablar? Digo, ¿no te parece que la situación ya es lo bastante surrealista?
Como salido de un trance hipnótico, Pablo quitó la vista de las aspas del ventilador y me miró a los ojos.
-¿Qué querés saber?- me preguntó con su mejor voz neutra, en ese momento, me resultaba imposible encontrar entre sus cuerdas vocales el menor atisbo de emoción.
-Gracias, prefiero esto la verdad.
-¿Qué cosa?
-Que seas un fantasma ya es duro. Pero tener que hablar con un zombie sería pedirme demasiado.
Esperé por una sonrisa que nunca llegó.
-¿Y ahora qué?- le pregunté-. ¿Cómo sigue la novela? ¿Me siento a esperar que llegue el día señalado? ¿Corro a vivir todo lo que me falta vivir? ¿Qué?
-No te enojes conmigo, Marcos.
-¿No? ¿Y con quién me enojo? ¿Con la puerta? ¿Con la tortuga?
-No tenés tortuga.
-Por eso.
-Yo ni siquiera sé cómo llegué hasta acá.
-Sabrás quien te mandó, ¿no?
-No. No lo sé.
-No te creo. ¿De dónde sacaste eso, entonces? ¿Cómo es que venís acá a decirme que me voy a morir? ¿Cómo lo sabés?
-No sé cómo lo sé. Sólo sé que tenía que venir acá y decírtelo.
-Ah, mirá qué bien. Bueno, genial, gracias por venir. ¿Y ahora qué? ¿Cumpliste tu misión y te vas?
- Desconozco la continuidad de los hechos. Me gustaría quedarme… acompañarte, no sé.
-Claro, cómo perderte el placer morboso de verme seguir tus pasos.
-No, no es eso. Por ahí te puedo ayudar en algo.
-No voy a seguir tus pasos. No voy a ser tan pelotudo.
Pablo se quedó mirándome, podría jurar que se mordía la lengua. Pero no dijo nada.
-Por otro lado, por qué habría de quererte… de creerte, digo. Todo esto es absurdo. Qué se yo, si fuera navidad al menos, podría pensar que estoy en un cuento de Charles Dickens.
En verdad la lógica había abandonado mi vida un largo tiempo atrás. Había visto y oído cosas que prefería mantener encerradas con doble, o triple llave allí en el sótano de la razón. Pero pedir que me trague esto, era pedir demasiado.
-Qué, ¿sos eso? – lo increpé-. ¿Venís a ser eso? ¿Un espectro? ¿Un fantasma de navidades pasadas?
-Pensá lo que quieras-dijo.
-Venís a avisarme. Venís a advertirme. Mirá, mirá lo que fue, lo que es tu vida. Mirá en lo que te vas a convertir. Estás a tiempo, eh. Podés redimirte. Podés ser querido por todos.
-No soy más que el recuerdo que tenés de mí.
Me quedé pensando en esa última frase: “No soy más que el recuerdo que tenés de mí”. Se me daba bien, y bastante seguido, lo de realizar innecesarios, e inoportunos, análisis del discurso. ¿Esta vez también, Marcos? ¿Estás seguro?
-Recuerdo-alcancé a decir-. Re… cuerdo.
No pude seguir hablando. La risa ya le había ganado la pulseada a mis emociones. No sé cuento tiempo duró. Pero fue un ataque de esos importantes, que te dejan sin aire en los pulmones y con un dolor en la mandíbula que tarda bastante en irse. Pablo no hizo más que quedarse mirándome. ¿Listo, ya está? Parecía estar preguntándome con la vista. Aunque claro, no dijo nada. Ni siquiera al estilo zombie.
-Tenés que haber estado muy loco-le dije cuando finalmente conseguí dominar las carcajadas-. Pero que muy loco… para hacer lo que hiciste.
-Si a vos te sirve… Sí, es más sencillo verlo de ese modo-dijo.
-No te perdoné, sabés. Nunca te lo voy a perdonar.
-Es una lástima. Aunque no busco tu perdón.
-No, sólo buscás que sea como vos. Un loco… recuerdo.
Me puse de pie y caminé hasta la ventana. Era media mañana ya, el único momento del día en que los rayos de sol se colaban en mi cocina. Sin embargo no había ni atisbo de ellos, estábamos casi en penumbras. Abrí la ventana. Ni una nube en el cielo. Sin dudas, el día se había empecinado en ponerme las cosas difíciles desde temprano.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

EL PIS DE LOS VALIENTES
















-¿Otra vez? ¿Otra vez? ¡Con vos no hay lavarropas que alcance!
La mamá de Nacho puso las sábanas a lavar y vio que su hijo permanecía de pie con los ojos paseando por las baldosas de la cocina.
-Perdoname, Nacho. Vos sabés que te quiero mucho, ¿no?
-Sí, lo sé, Má-pensó Nacho.
-Pero es que ya no sé que hacer. Vos ya sos grande…
-No, no soy grande, Má. Todavía soy chiquito-siguió pensando Nacho mientras sus ojos ya no paseaban por las baldosas sino por los pelos todos despeinados de su mamá.
-Digo, que sos grande para hacerte pis en la cama, Nachito-dijo su madre como si pudiera adivinar lo que pensaba su hijo
-Ah, eso sí, Má-siguió diciendo dentro de su cabeza Nacho. Y pensó que los pelos de su mamá no tenían nada que envidiarle a los del monstruo más monstruoso. En seguida se arrepintió de pensar semejante cosa, ¿y si su madre podía adivinar lo que pensaba?
Pero su mamá no se enojó, al contrario, se agachó y le dio un beso gigante, de esos que Nacho se limpiaba con una sonrisa. No, por suerte no podía adivinar las cosas que pensaba. O no tan suerte. Había cosas que Nacho no sabía cómo contarlas. Y en ocasiones, no le hubiera venido mal que su mamá fuera una maga adivinadora de pensamientos.
-Bueno, no importa, mi amor. No me hagas caso-dijo su mamá y luego de hacerle un mimo puso a calentar la leche para el desayuno.
El problema para Nacho era saber que “no importa” sí importa. Y que su mamá no estaba enojada, sino algo mucho peor: estaba triste. Y ni a Nacho ni a ningún nene del universo le gusta ver a su mamá triste.
-No quiero que estés triste, Má. ¿Pero cómo te lo curo? Sí, ya sé. Vos querés que no me haga pis en la cama. Pero no puedo. Vos no me vas a creer si te lo digo, pero ¿sabés, Má? Mi pis es mágico, y es lo único que puede salvar al mundo.

Su mamá no lo sabía, pero Nacho estaba librando una terrible batalla.

Todo comenzó aquella noche, a la hora de dormir, cuando la luz y sus padres se fueron de la mano, y Nacho oyó unos ruidos que nunca había oído antes. No era su imaginación, había algo que se arrastraba debajo de su cama. Y no, no era su gato Felipe. Ni ningún otro gato, perro, ni ratón, ni nada de este mundo. Eran monstruos. Monstruos que de a poco se trepaban por la frazada buscando subirse a su cama.
-¡Váyanse, váyanse de acá, mostros malos! -quiso gritar Nacho pero el miedo le cerró la boca. Se metió dentro de las sábanas y tapó sus ojos esperando que se fueran. También quería taparse las orejas, pero cuando lo hacía se destapaba los ojos, y entonces volvía a taparse los ojos y se les destapaban las orejas, y así todo el rato. Nacho pensó que sería bueno tener cuatro manos para taparse todo junto. O mejor cinco, así podía rascarse el ombligo que siempre le picaba cuando tenía miedo.
–No, con cinco manos voy a parecer un, voy a parecer un… mostro! -se dio cuenta Nacho- Voy a parecer un nene mostro, y yo no soy un nene mostro, yo soy un nene así, con dos manos y nada más.
Nacho abrió los ojos por las dudas y miró si le habían crecido otras manos nuevas. Pero no, menos mal, seguía teniendo las mismas dos manos de siempre. O no tan menos mal, porque como se había destapado los ojos, podía ver que los monstruos ya se estaban trepando por su cama. Vio las sombras monstruosas a través de las sábanas y cerró los ojos con toda la fuerza que tenía en sus pestañas, en un último intento por hacerlos desaparecer. Y los cerró tan fuerte que su cama se hizo gigante, grande como un mundo. Pero los monstruos también estaban ahí porque eran muy pesados y no tenían ganas de irse así nomás.
-¡Dejanos pasar, Nacho!- gritaron todos los monstruos juntos creando un coro monstruoso aunque bastante afinado.
-No los voy a dejar mostros malos-les respondió Nacho, que tenía miedo pero ya no tanto en ese mundo de su cama gigante.
-¡Pero si no nos dejás pasar no podemos invadir tu planeta, Nacho! –siguió afinando el coro monstruoso.
-No, no los dejo nada- dijo Nacho y puso sus manos a los costados, parándose como si fuera un Superman en piyama.
-¡Nosotros somos los mostros más marcianos de todo el espacio y no nos va a frenar un nenito! –se enojaron los monstruos y empezaron a caminar hacia donde estaba parado Nacho.
-¿Nenito? ¡Yo les voy a dar nenito a ustedes!- gritó el nene Nacho Superman en piyama de la cama gigante.
Los monstruos eran un montón, y para detenerlos, Nacho tuvo que utilizar un arma muy terrible y peligrosa: el súper pis anti-mostros.
-¡Tomen mostros malditos!- gritó Nacho y arrojó su arma letal sobre ellos. Y los monstruos, tan monstruosos que parecían, cambiaron sus gritos y rugidos por un lloriqueo de perrito abandonado. Y salieron corriendo.
Por la mañana, Nacho se despertó feliz. Era un héroe, un príncipe valiente que había enfrentado a los monstruos sin ayuda. Y les había ganado. Pero la felicidad le duró el tiempo que su mamá tardó en descubrir el charco arriba de la cama. No es aconsejable amanecer con una sonrisa luego de haberse hecho pis encima.
Las noches se repitieron, y su batalla contra los monstruos continuó siempre con el mismo resultado: Nacho victorioso y su mamá derrotada por las sábanas. Ella no se tomaba tan bien que su hijo fuera un héroe. Quizá porque no lo sabía. Cuando la veía con esa cara de disgusto, a Nacho le daban ganas de contarle. Pero después se arrepentía. ¿Y si no le creía que era un super héroe? Lo había pensado y eso le daba más miedo que los mismos monstruos.
Su mamá lo llevó al doctor, se despertó un millón de veces por la noche para llevarlo al baño, y en un acto desesperado, llegó a poner una botella con agua al lado de su cama, algo que al parecer funcionaba muy bien con los perros. No hubo caso. Los monstruos no se toman vacaciones y Nacho no estaba dispuesto a dejarlos pasar.
Una vez su mamá le preguntó: -Decime, Nacho, ¿vos no creerás que piyama quiere decir pish en la cama, no? Y aunque los dos se rieron mucho, Nacho sabía que a su mamá el tema no le causaba mucha gracia. Es más, ¡estaba triste! ¡Tenía que hacer algo! El super héroe Nacho descubrió que tenía una misión mucho más importante que salvar al universo.
Llegó una nueva noche y los monstruos volvieron al ataque. Pero Nacho no se escondió debajo de las sábanas, al contrario, se paró sobre la cama. Las piernas le temblaron y aun así se mantuvo firme, con sus brazos a los costados y su piyama de príncipe valiente.
-¡Dejanos pasar, Nacho!-gritaron los monstruos algo sorprendidos de ver a Nacho ahí arriba.
-Díganme, señores mostros, ¿no están un poco cansados de venir todas las noches y que yo les tire con mi super pis?- les preguntó Nacho con una voz de super héroe que le salió un poco aflautada.
-Sí, la verdad que estamos repodridos. ¡Pero qué querés si tenemos que invadir el planeta y vos no nos dejás!- volvieron a gritar los monstruos resignados.
-¡Tengo una idea! Vayánse a invadir otro planeta, qué se yo, a Saturno por ejemplo, y les prometo que no les tiro más con pis.
-¿En serio, es un trato? –preguntaron los monstruos y como vieron que Nacho les decía que sí con la cabeza se pusieron muy contentos-. A mí Saturno me gusta porque está lleno de anillos. ¡Dale, vamos! ¡Vamos a Saturno, oh, oh oh oh oh!- cantaron felices los monstruos mientras se iban por debajo de la cama para nunca más volver.

Al otro día, y después de mucho, mucho tiempo, su mamá encontró las sábanas secas y limpias.
-¡No me hice pis, no me hice pis!- gritó Nacho y corrió a abrazarla.
-Te quiero mucho, Nacho- dijo su mamá.
-Yo también te quiero mucho-estuvo a punto de pensar Nacho. Pero esta vez pudo decirlo.

viernes, 6 de noviembre de 2009

29 DÍAS DE FEBRERO

1-

Esa mañana mientras tomaba un té en la cocina me encontré con Pablo. Llevaba muchos años sin verlo. Y se apareció así, sin más, sin llamadas o señales de ningún tipo. Aunque eso, el hecho de no haber tenido señales previas que anunciaran de alguna forma su aparición, no hubiera modificado un ápice la sorpresa que me llevé al verlo.

-Reus- dijo recostándose en el respaldo de la silla.
-Coen- le respondí intentando sonar lo más natural posible.
-¿No te sorprende verme, Marquitos? - Era común en nosotros eso de saludarnos por el apellido. Luego, resultaba una ofensa imperdonable que volviera a oírse en el resto de la charla.
-No. Bueno, puede que un poco. Si esperabas un desmayo de mi parte, o algo por el estilo, lamento defraudarte.
-El que avisa no traiciona.
-Mirá cuando me vengo a enterar que el traidor eras vos.
-Me hacés reír, Marquitos. Siempre me hacés reír- me dijo sin que en su cara se notara el menor atisbo de emoción. ¿Por qué decís siempre cuando querés decir nunca?, era algo que tenía por costumbre preguntarme cuando hablaba con Pablo. Quizá fuera hora de preguntárselo a él. Quizá no.
-Ahora es cuando te tengo que preguntar qué te trae por acá- le dije. Pero no tengo ganas, Pablo.
-¿Se te hizo costumbre esto de pensar en voz alta, Marquitos? ¿O me querés marear? No me mareo tan fácil. En realidad, ya no me mareo de forma alguna. Es una de mis tantas nuevas realidades.
Y otra es adivinar el pensamiento, ¿no?
Esperé unos segundos. Cuando vi que no me seguiría el juego, proseguí.
-Vos sabés que no soy religioso.
-Yo tampoco, Marcos. ¿A qué viene eso?
-No sé. Por ahí alguien con cierto sentido religioso reaccionaría de la forma que vos esperabas.
-Yo no esperaba nada. O sí. De todas formas, la religión no tiene nada que ver con lo que yo esperaba, o espero de vos. En el caso de que espere algo.
-Tu amor te espera no esperes más. ¿Por qué perdiste tanto tiempo? –repetí los versos de la canción de Serú sin demasiada convicción.
-No traje la guitarra.
-No. Sólo el escepticismo.
-Vos sabés que hace mucho que no toco.
-Imagino. Bah, qué se yo.
-Se te enfría el té, Amatista.
-No importa. Hay más.
-Me hacés reír. Aunque no me ría, siempre me hacés reír- Pablo me miró y por un momento pareció que no estaba ahí-. También lloro, sabés. No siempre, pero a veces lloro. Eso sí, la guitarra no la toco más. No puedo.
-Me alegro de verte.
-¿En serio?
-Sí. Es muy extraño todo. No sé cómo explicarlo, la verdad. Te mentiría si te dijera que esperaba esto. Sin embargo, ahora que estoy acá con vos, me parece de lo más natural. Aunque convengamos, natural, lo que se dice natural, no es.
-Tampoco tenemos por qué ponerle un nombre o un rótulo a las cosas. Qué manía. Yo estoy acá, en tu cocina. Vos estás acá, en tu cocina. ¿No es suficiente con eso?

Me detuve un momento a reflexionar. Sí, yo estaba estoy acá. Y sí, era extraño, rayano al realismo mágico seguramente, pero Pablo estaba ahí también. La liga de la lógica y de las buenas costumbres podría poner el grito en el cielo más tarde o más temprano, pero por más vueltas que le quisiera dar al tema, Pablo estaba en lo cierto.

-Ahora es cuando te tengo que contar qué me trae por acá- me dijo y
por primera vez, algo muy parecido a una sonrisa parpadeó en su cara. Duró eso, un fugaz parpadeo.
-Como tener, no tenés por qué hacer nada- le dije evitando cualquier gesto delator.

Recordé aquellos juegos de cartas trasnochados. Nos habíamos transformado en especialistas de primera clase. El menor guiño, un leve oscilar de la cabeza o un re acomodamiento de cabellos ponía en evidencia, de forma inevitable, el juego que el adversario se traía entre manos.

-Te morís por saber.
-Mejor no hablemos de morirse.
-Sí, mejor. Aunque bueno, no te quiero mentir. Mi visita tiene que ver con…
-No me jodas, Pablo. Te lo pido por favor.
-¿No querés que siga, no?
-No.
-No sigo entonces.
-No seas boludo. Si viniste hasta acá…
-No fue fácil llegar.
-Imagino.
-No te lo podés imaginar.
-La verdad que no.
-¿Me hacés un té, Amatista?
- También tomás té ahora. Otra de tus nuevas realidades.

Asintió. Recordé la primera vez que lo vi. En ese entonces todo era muy diferente. Otro mundo. Otra vida. Tenía pecas, sí, pecas diminutas y sonrisa Kolinos. Esas fueron las cosas que primero me llamaron la atención. Encendí el fuego, llené la pava con agua y la puse sobre la hornalla. La pava se quejó al sentirse abrasada y soltó un sonido con el que parecía pedirnos un imperioso silencio. No tardé mucho en desobedecerla.

-Si viniste hasta acá- seguí – vale la pena conocer la razón. Me gustaría que fueran sólo las ganas de ver a un viejo amigo, pero no sé por qué tengo el presentimiento de que no venís por eso. Y menos por una taza de agua hervida con un saquito desteñido dentro.
-Vos sabés que siempre odié los rodeos. La gente que se la pasa dándole vueltas y más vueltas a las cosas no me va, no la soporto.
-¿Entonces?
-Vine porque dentro de un mes, exactamente dentro de un mes, vos vas a ser como yo.

Pablo se había puesto de pie por primera vez. Cuando terminó de hablar, cuando el vas a ser como yo terminó de escurrirse por el aire, vas a ser como yo, pareció desinflarse, como si alguien muy muy lejos hubiera cortado la corriente y lo hubiera dejado sin batería. Se sentó, aunque lo más correcto sería decir que se desplomó en su silla.
Pablo y sus pecas y su sonrisa. Pablo y su delantal y su guitarra. Pablo y sus dibujos. Pablo y su mundo. Vas a ser como yo. Vas a ser como yo, me dijo. En otro tiempo, una profecía así me hubiera colmado de dicha. Pero si mis cálculos no me fallaban, Pablo llevaba ya unos dieciseis años muerto. Su frase, profética o no, acertada o no, no era la mejor manera de comenzar la mañana. Un silbido agudo estalló en la cocina. El agua se encontraba en su punto justo de ebullición.

martes, 21 de julio de 2009

CHARADA

Conexión Porteña –Artículo 50

CHARADA

Llegan las elecciones, uno no las llamó, pero llegan igual, siempre llegan. La historia se repite una y otra vez, aunque no se puede decir que siga sonando la misma canción. Recuerdo, de chico, allá por los ochentas, que la banda sonora política nacional se entonaba más o menos así: ¡Adelaaaaante Radicales, los muchachos peroniiiiistas, adelante sin cesaaaaar, todos unidos triunfareeeemos, viva Hipóooolito Yrigoyen y Perón cuánto valés! Peronistas o radicales, la cosa era bipolar. Hoy se escuchan versiones remixadas pero bastante desafinadas de los hits de aquellos años. La clase política se reinventó. Tuvo que hacerlo después de la hecatombe nuclear de 2001. Hoy los radicales no son radicales, o sí, pero intentan disimularlo. Los peronistas, por el contrario, tienen más partidos que gremios: tenemos el peronismo de derecha, el de izquierda, peronismo de frente, de coté, peronismo agrario, peronismo federal, está la pata peronista, el brazo peronista, incluso el peronista sin brazo, el peronismo de Perón (¿?) y el peronismo desperonizado (¡!). Ay, si Evita viviera (¿votaría a Nacha Guevara?).
Todo está empapado y empapelado de politiquería barata, y de la cara también hay, claro. Macri, De Narváez y Michetti PRO ponen cambios de timón. Pero viendo cómo están manejando la Ciudad de Buenos Aires a uno le dan ganas de arrojarse del barco. “Pino se planta” dice un slogan del partido Proyecto Sur que encabeza el cineasta Pino Solanas, y más veloz que lancha de Scioli, un amigo mío propone otros slogans del mismo estilo que aún no entiendo como no fueron adoptados por las demás fuerzas políticas: “Apoyá a Prat Gay”, “Margarita, flor de candidata”, “Zamora es lo MAS”, “NaCHE Guevara”, y etcéteras varios. Cruzo la calle Corrientes y a punto estoy de sucumbir atropellado ante una murga encamionada que, conducida por el Partido Obrero, proclama a los cuatro vientos gélidos del Once: “¡Que la crisis la paguen los capitalistas!!!”. Más que socialista, suena surrealista, Suerra sunealista. Y la lista sigue, y las listas sábanas también. Sábanas que se cambian a cada rato, serán sucios pero duermen limpitos los políticos. Que voy yo, no, ud primero, que me subo, que me bajo, que soy gobernador pero me presento de diputado pero igual manteneme el sillón calentito que enseguida vuelvo, eh. La realidad nunca fue tan irreal. Los noticieros vaticinan el apocalipsis financiero nacional (y) socialista, de la mano de los Kirchner nos vamos al descenso más profundo, juran y perjuran hasta el cansancio. Es el acabose, el juicio final. Los 174 jinetes del Apocalipsis (el cambio en la Argentina está por las nubes de Úbeda) vienen a por todos. El INDEC se caga de la risa de ellos, se caga de la risa del universo también, y de paso cañita nos cuenta que la inflación mensual es de menos veinte. El día que mida la inflación menstrual todas las mujeres del país terminarán afiliadas al partido Menopáusico. No hay pausa, pero hay pánico. Desde Tinelli nos bombardean con imitaciones absurdas de la clase política. Clase que, desclasada como está, no tarda en concurrir al programa y advertimos entonces que el absurdo no conoce de límites, ni de Tinellis. ¡Pum para arriba! Al igual que ante cada elección que se precie, la ciudad, el mundo entero, luce en obras: “¡estamos trabajando para usted!” llega el grito enfervorizado electoraloide, y uno mira para atrás, mira para un lado y al otro, sin tener muy en claro a quién carajo le están hablando. Yo no fui, eh. Yo, argentino.
Luego del domingo todo desaparecerá mágicamente. Toda esta fachada que se monta, charada perfecta, obra ilusoria y cuasi mágica, volará cual escenografía de obra de teatro después de una función. Quedarán las butacas vacías, enredadas y algo confusas. Y el público sin saber dónde sentarse.


junio 2009

Mariano Gómez Carchak

lunes, 4 de mayo de 2009

AHI VIENE LA PLAGA

DENGUE + FIEBRE PORCINA

Ahí viene la plaga


El pedido de España era claro y conciso, redactar un informe sobre el brote de dengue en la Argentina. Pero resulta curioso que en el preciso momento de comenzar a escribirlo, estallen las radios, los noticieros de tv y todos los informativos habidos y por haber vociferando enajenados el azote de una plaga que se anuncia mucho peor: “El dengue ha muerto. ¡Viva la gripe porcina!”. En los próximos días el apocalipsis ya no vendrá en forma de Aedes aegypti (tal es el nombre artístico del mosquito portador del dengue) sino de cerdo engripado. Pero bueno, mejor vayamos por partes, o mejor dicho, por pestes.


Pican pican los mosquitos

Antes de que el chancho no nos deje ver el mosco, hagamos un breve repaso de los acontecimientos: El dengue no es ninguna novedad en la Argentina. El calentamiento global ha provocado cambios significativos en el clima, y nuestros amigos chupasangre llegan cada vez más lejos, y se quedan por más tiempo. Y una especie de estos mosquitos, los Aedes antes mencionados, son los que traen consigo el dengue. Pero en 2009 la epidemia fue más allá de lo habitual y los casos se multiplicaron. Juan Carlos Bossio, director de Epidemología del Ministerio de Salud de la Nación, reconoció que el país se enfrentaba a un brote epidémico sin precedentes: “En la Argentina, la mayor notificación de casos de dengue autóctono llegó a 1500 casos, y hoy nosotros estamos superando los 5500”, declaró a principios de abril. Terminando el mes se puede afirmar que esa cifra se ha, como mínimo, triplicado. Como suele suceder en la Argentina, la crisis no provoca unión sino más enfrentamientos: y al igual que en 2008 con el conflicto del campo, Gobierno y oposición se encontraron con otra inmejorable oportunidad de calzarse los guantes. Los principales medios de comunicación se encargaron de resaltar que cada picadura de mosquito era responsabilidad exclusiva de los Kirchner, y el Gobierno se preocupó más en quitarle gravedad al asunto, que en admitir responsabilidades y encontrar una solución real al tema. Una vez más corrió la sangre. ¿Los mosquitos? Agradecidos, por supuesto. Es tan cierta la responsabilidad de los gobernantes como el facilismo pasmoso que se necesita para echar toda culpa sobre ellos. Desde hace más de 10 años, numerosos informes advertían el crecimiento alarmante del dengue y las probabilidades de que algo como esto sucediera. Y tampoco se puede desconocer el más que probable efecto y consecuencia que tiene sobre esta epidemia la sojización. Muchas de las zonas donde el Aedes ha pululuado con mayor éxito son dominadas por la afamada soja. Si se remarca que los venenos para fumigar esos cultivos matan peces y anfibios, y que estos resultan ser los principales predadores de los mosquitos… No hay que ser muy iluminado para sacar conclusiones al respecto. Pero prácticamente ningún medio se ocupó de informar sobre este tema. El combate electoral se colocó por encima del combate contra la plaga. La información que brinda el gobierno sobre los casos de dengue en el país no se condice con los números que manejan entidades como Médicos del Mundo, organización que multiplica por tres las cifras oficiales. Admitir la real gravedad del asunto ahuyentaría el turismo, y bajaría la imagen del gobierno en el exterior, sin hablar de la caída que podría provocar en las encuestas. ¿Importa más un voto que una vida? Como contrapartida, los principales medios desinforman la realidad, reinventando un escenario mucho más caótico que el verdadero y generando un estadío de terror generalizado. Después de ver algunos noticieros da miedo asomarse a la ventana por temor a que un mosquito gigante (probablemente con la cara de Néstor o Kristina) abra sus fauces para devorarnos. Imágenes apocalípticas, dantescas, que hoy, a caballo de un chancho parecen convertirse en realidad.

Jamón Jamón
Como si un cerdo se sentara encima de un mosquito, así llega la avalancha de información sobre la gripe porcina que deja al dengue reducido al tamaño de una pulga famélica. Si bien de momento se la focaliza sobre México, bastaron horas para que se hable de cientos de muertos, miles y miles de infectados, clases suspendidas, estadios cerrados, aeropuertos de todo el mundo en alerta, y siguen las firmas. Si hablamos de pestes, esta parece ser cosa seria. Recuerdo una novela de Stephen King que leí en mi adolescencia. En aquella historia, un virus se escapaba de un laboratorio del gobierno, y bastaban un par de semanas para que el 90 % de la población mundial sucumbiera a lo que, en un principio, parecía una simple gripe. El título del libro lo dice todo: Apocalipsis. ¿La realidad copia a la ficción, una vez más? Por lo pronto, no está confirmado que el virus haya llegado a la Argentina aún. Pero ya se conoce el caso de un argentino que falleció por gripe porcina en México. Hasta el momento se desconoce tanto el virus mutante que provocó la aparición de esta enfermedad, como una vacuna contra la misma. ¿La buena noticia? No se contagia comiendo cerdo (sobre todo si está bien cocido). La mala resulta ser malísima: se contagia por el aire. En México la gente no sale sin su barbijo a la calle y ya se habla de más de 40 casos de gripe porcina confirmados en los EEUU y de por lo menos una en la mismísima España (aunque es probable que se confirmen varios casos más). La OMS (Organización Mundial de la Salud) notificó que subió de 3 a 4 su nivel de alerta epidemológico (sobre un máximo de 6), lo que significa que ha aumentado sustancialmente el riesgo de pandemia*. De momento, hay 44 millones de alumnos sin clases, y en tierras aztecas la gente vive encerrada y si quiere rezar por una solución tendrá que hacerlo en su casa, porque las misas también fueron suspendidas. Las iglesias cerradas… ¿son señal de que es el tiempo de las 7 plagas del apocalipsis? Dengue, hantavirus, gripe aviar, gripe porcina… ¿Acaso los animales decidieron tomar venganza contra el hombre? ¿O es la tierra la que quiere eliminar al verdadero virus que la está aniquilando? Quizá sea este un cierre demasiado místico, o huela en exceso a ecología barata, pero sin dudas vivimos tiempos difíciles. Hoy la vida y la muerte, están cortadas por el filo de un simple mosquito. ¡Porca miseria!

domingo, 3 de mayo de 2009

UN TREN

Un tren



Túneles que tragan y vomitan. Los andenes se repiten vacíos.
El tren se detiene. El hombre con sueño sube al vagón que le toca en suerte. Se reanuda la marcha y el hombre casi pierde el equilibrio. Su viaje sin escalas al suelo se interrumpe por un caño salvador. Allí está todo un poco oscuro pero el hombre alcanza a ver el contenido que le brinda su vagón. Hay asientos vacíos, aunque mejor no apresurarse, lo espera un largo viaje y no es cuestión de elegir muy a la ligera. Están muertos, piensa divertido al ver la profundidad con la que todos duermen. Termina decidiéndose por un sitio al lado de un obeso, que promete ser un excelente almohadón. Se acomoda y luego de unos segundos comprueba, feliz, que su elección no pudo ser mejor, su grueso compañero, además de mullido, es un muro de silencio, nada de molestos ronquidos. Cierra bien alto su abrigo buscando evitar viejos pecados, días atrás pescó un molesto resfrío por culpa del viento helado que se inmiscuye por las ventanillas rotas. Se acomoda despacio y con cuidado sobre la gentil anatomía del obeso. Y se dispone, ahora sí, a dormir un largo sueño.
¿Son campanas? Esas son campanas, sí. No, no, si ya no se utilizan. No son campanas.
¿Entonces qué son? Porque sonar suenan. Sí, deben ser campanas. Aunque… ¡No puede ser! El problema no son las campanas, las ovejas o los mil demonios. El problema es que ahora, cuando tiene que venir, el sueño no viene. ¿Lo habría dejado en la estación? O tal vez en el trabajo, sobre el escritorio, junto al periódico. ¡El periódico, qué estúpido descuido! Lo bien que le vendría ahora algún artículo soporífero de esos tan habituales. En cuestión de segundos podría acompañar al gordo y a todos los demás en sus férreos dormitares… Ese sonido, ese sonido… Es una hoja, un libro, la hoja, ¡la hoja de un libro! ¡Eso! Pero de dónde… allí, allí está. Casi al fondo del vagón, y sentado en forma muy cómoda y relajada, alguien lee. Desde esa distancia le cuesta observar quien es el misterioso lector, y más aún, definir su tipo de lectura. Sólo la caída inconfundible de las hojas le da certeza. Allí hay alguien cultivando ese acto sagrado, sí, señor. Así que por qué no…
Un andén desierto pasa fugaz.. El hombre sin sueño llega al fondo del vagón. Y que lo maten si no tenía razón. Allí sentado, hay un pequeño hombre con una enorme bufanda roja tapándole casi todo el rostro, sólo sus ojos escapan de su abrigo y viajan en un libro gris. Con la estrategia y cálculo de un experto, sus pasos distraídos van a parar al asiento contiguo al lector. Al sentir el contacto, suave pero contacto al fin, el lector se mueve algo inquieto. Sin quitar la vista del libro, se desplaza unos centímetros hacia el otro costado, donde dormita profundamente un hombre calvo. El hombre sin sueño no va a abandonar ahora que se encuentra tan cerca de su objetivo. Estira un poco su cuello y afinando la vista consigue leer un par de líneas del libro gris. Cúbreme de sueños si tienes la vida detrás de tus muertos. ¿Qué porquería es esa? ¿Poesía? Poesía barata. Genial, no hará falta mucho esfuerzo para dormirse. El lector de la bufanda roja vuelve a incomodarse con la presencia cercana del hombre sin sueño. Al menos, sus carraspeos constantes y gestos de fastidio así lo dan a entender. Mueve su cuerpo, alejándolo un poco más aún, y acomoda su bufanda como un escudo en derredor del libro gris.
¿Pero qué se cree este hombrecito? ¿Qué significa esta absoluta falta de solidaridad? Ya podría meterse su asqueroso libro allí donde… No, no se saldrá con la suya. Años de miradas distraídas, de vistazos fugaces, había tenido periódicos más esquivos y libros mucho más ágiles. El hombre sin sueño vuelve a estirar su cuello, una jirafa en puntas de pie no daría mejor aspecto. Sumando una leve pero significativa inclinación de cabeza, logra su objetivo. Página 48, siembran desdicha en la nada. Crecen sin ver, lúgubre es tu mirada si está cubierta de espinas. Ver el otro lado de… No, no otra vez. La bufanda roja gira sobre el libro gris cual boa con apetito voraz. Así, ni el mismo hombrecito podrá leer su estúpido libro. El hombre sin sueño no se considera una persona violenta. Claro que si se meten con él… Qué significa este mercantilismo del arte. Esta apropiación de letras, ¿no es acaso otro asqueroso culto a la propiedad privada disfrazado en forma de libro cruel? Quiere compartir su indignación con el mundo entero, pero allí son todos tan egoístas que ni una mísera gota de sueño dejan caer en su sombrero. Casi como sin darse cuenta, el hombre sin sueño incrusta su codo sobre las magras costillas del hombrecito gris. Este se estremece, mas sigue sin desatar la boa roja que atesora su libro. El codo vuelve a caer con el doble de fuerzas y entonces sí, el hombrecito emite un pequeño gemido. Qué otra cosa sino pequeña podía ser cualquier cosa que saliera de ese insignificante y diminuto ser. Al hombre sin sueño le divierte esa imagen y repite en forma violenta el atractivo andar de su codo a las costillas del enano. Será mejor que ese libro se abra pronto porque sino… El hombrecito lo mira a los ojos por primera vez. No es feo, pero dista mucho de ser mínimamente bello. Sí tiene algo que lo resalta. Unos enormes y desproporcionados ojos negros, que parecen devorar al hombre sin sueño. Incluso él mismo puede ver su imagen reflejada en ese inmenso iris espejado. A nadie confesaría jamás el ingobernable terror que lo invade en ese momento. Incluso llega a plantearse un pedido de disculpas sobre la anatomía de aquel avaricioso enano. Cual es su sorpresa cuando éste, sin mediar tiempo ni distancias, toma el libro gris y se lo ofrece con amabilidad. El hombre sin sueño no cabe en sí mismo. El libro entre sus manos, el sueño susurrándole al oído, está lleno de dicha. ¿Tan equivocado puede estar un ser humano? No hay ningún enano allí, claro que no. Sólo un gigante majestuoso en su generosidad. Diría que casi un rey, Y aunque esos ojos siguieran pareciéndole algo siniestros, no podía haber maldad en un ser tan puro. Ahora, no contento con haberle ofrecido su lectura, le ofrendaba también su preciosa bufanda roja. Ardua habría sido la labor de su madre para tejer tal abrigada y perfecta prenda. Y se la cedía sin más. ¡Despiértense dormilones, despierten y vean a un hombre de verdad! Porque a no dudarlo, aquí tenemos a… El hombre sin sueño descubre algo en el rostro del hombrecito que hasta allí le había sido inescrutable. Está sonriendo. Y es una sonrisa sin gracia. Siente las manos pequeñas aferrando la espesa bufanda. Siente como el colorado y tenso abrigo rodea más y más su cuello. Grita, sí, pero es un grito ahogado. Nunca mejor dicho. Recuerda sus codos e intenta buscar las costillas del hombrecillo una vez más. Advierte que, con la bufanda roja ciñéndose a su cuello, sus codazos no provocaban el mismo efecto. No provocan efecto alguno. ¡Oigan, ey, despierten, no ven lo que me está haciendo!
No se puede decir que el hombre sin sueño no haga nada por librarse. Patalea, golpea columnas y ventanas, incluso se arrastra por el sucio suelo del vagón. Pero a medida que el aire abandona sus pulmones, algo reconfortante invade cada célula de su cuerpo. ¿Para qué gritar, para qué luchar? El sueño tan anhelado ha llegado para cubrirlo todo.
El hombre con sueño apoya su cabeza en la ventana. Muy cerca suyo descansa el hombre calvo. Más allá, en la otra punta del vagón, aquel entrañable y silencioso obeso. De hecho, el silencio reina en el vagón. Todas las cabezas acompañan el ritmo que profesaba el veloz andar del tren.
El hombrecito vuelve a rodearse con su bufanda. Abre el libro y, con suma calma, continua con la lectura.
Andenes que tragan y vomitan. Los túneles se repiten vacíos.