viernes, 28 de noviembre de 2008

ENTRELÍNEAS

El papel. Blanco. Llamándome el papel. Vacío. Sólo líneas, flacas, casi raquíticas y caprichosas. Interminables hileras, prolongadas, huecas. Produce un fuerte mareo el mirar hacia abajo y verlas caer sin cesar, infinitas, una a una. Esperando. Repitiéndose, inacabables, famélicas, empecinadas en ser, en estar, en haber sido víctimas de mi falta de ingenio, de mi siempre llegada tarde. Huecos trazos que cruzan el margen de mi desdicha. ¿Qué esperan allí abajo? Paralelas. ¿Piensan que no intenté? Es harto difícil pelear con uno mismo. Y quedar de pie. Siguen allí. Aguardando. Generando una expectativa inútil. Sólo saben pedir. Yo escucho sus murmullos de insatisfacción. No puedo hacer otra cosa más que oírlos. Me atraviesan de lado a lado. Imposible concentrarse, continuar. Claro, como si a mí me gustara estar así. Paralizado. Insisten. Existen. Y no puedo enfrentarlas. No, el llanto no sirve. No borra nada. Si hasta me parece que se divierten con la situación. ¡Se ríen de mí! Debo alejarme, me hacen mal. ¡Estúpidas! Pero no, ¿cómo vivir sin ellas? ¿Y con ellas? Dios. El infierno tan temido. Pesadillas de papel vacío. Corro por una gigante e interminable hoja en blanco. Cruzado por líneas, flotando al margen. Dándome vuelta en las páginas. Sudo tinta por mis poros. Me diluyo. Riego. Manchas. Ínfima, pequeña manchita. Soy. Insignificante ausencia que de a poco se seca. Y solo quedo. Y sólo queda un... Punto

No hay comentarios: