viernes, 28 de noviembre de 2008

RABIA

Más rápido. No puedo parar ahora. Aunque mi cuerpo parece decir basta. Tengo que ir. Llegar. Tengo que llegar. O será demasiado tarde. Juan, está solo. En casa, desprotegido. Más rápido. Tengo que correr más rápido. O ellos llegarán antes y entonces… ¡No! Rápido, rápido. El no sabe lo que pasa. Estará jugando con su computadora, o sus juguetes, lo mismo da. Igual de indefenso. No. No van a detenerme. Malditos. Veo el caos rodeándome a cada paso. Veo perros luchando con sus amos. Hombres luchando con sus perros. Matanzas. Ataques salvajes, sangre, terror. La sangre humana y la animal desparramándose por la calle. Juan. Estoy tan seguro de su soledad. Rápido, más rápido. Mi cuerpo se resiste pero algo en mi interior me obliga, renueva mis fuerzas. No falta mucho. Su cara alegre al verme llegar, sus brazos extendidos hacia mí. Puedo verlo ya. Con un salto logro esquivar a un perro que, de tan entretenido con el cuerpo inerte de su amo, apenas si repara en mi presencia. La muerte en un mordisco. El llamado de la selva. El llamado de la carne. Gritos. Aullidos. Llantos. Las calles se tiñen de un rojo trágico. Adivino el color. Juan. Su nombre se apodera de mí. Sé que ellos van por él. Debo impedirlo. Llegar antes que... Un último esfuerzo. Allí, en la esquina, ya casi estoy. El cuerpo de la hermana de Juan descansa en la vereda. Un río de sangre mana de su cuello y se pierde en una alcantarilla. Su intento ha resultado tan inútil como su corta vida. La puerta de la casa. Sí, aun no han llegado. He sido el más veloz. En la ventana, alcanzo a ver a Juan. En la calle, Juan alcanza a verme a mí. Feliz, corre a abrirme la puerta. Qué suerte, al menos para él todo acabará muy pronto.

No hay comentarios: