domingo, 3 de mayo de 2009

CAMPO DE BATALLA

CAMPO DE BATALLA

Entre marzo y junio de 2008 la Argentina vivió otra de sus grandes crisis. Una medida del gobierno provocó la ira de los principales líderes del agro y comenzó una contienda que se extendió por más de 100 días. He aquí un repaso de los hechos principales de esta disputa. Con la ¿ventaja? de haberla escrito desde las mismísimas trincheras.


Primer round

Quizá hubo ayuda divina de Manuel Belgrano. O quizá fue simple casualidad, pero el destino marcó que fuera en vísperas del Día de la Bandera, que el gobierno y el campo comenzaran a ponerse de acuerdo. Cerca de 100 días duró la batalla, que se originó cuando el por entonces ministro de economía Martín Lousteau (quien sería el primero en caer en este salvaje combate) anunció el plan de retenciones a la producción de soja, girasol y otros cultivos. Según explicó el gobierno, la medida apuntaba a evitar que todos los agricultores se dedicaran casi exclusivamente a sembrar soja. El cultivo de moda tuvo un incremento del precio superior al 60 % en muy pocos meses, y si la renta excedente se adjudicara en forma desproporcionada al sector agrícola vinculado a la soja, se dejarían de sembrar otros cultivos con menor rentabilidad y se elevarían los precios de los arrendamientos en forma artificial. Las retenciones son un mecanismo de regulación universal que sirve para tener una producción agraria equilibrada y que permite una distribución del ingreso más justa, la gran deuda pendiente que hoy tiene la Argentina. La explicación por parte del gobierno no fue tan clara en un primer momento, y la reacción por parte de las federaciones rurales no se hizo esperar. Al día siguiente de anunciado el plan, llamaron a un paro agrario esgrimiendo que las medidas sólo buscaban confiscar la producción agropecuaria y agredir a los pueblos del interior.


Boca-River

Se establecieron dos posturas antagónicas, por un lado el gobierno acusando al sector agrario de ser poco solidario y por otro, los representantes del campo acusando al gobierno de intentar quedarse con la mitad de su trabajo sin darles nada a cambio. Aparecieron signos de una polarización social y política que no suele llevar a ningún sitio: “morenos” contra “blanquitos”, unitarios vs. federales, el poder central contrapuesto al interior del país. Los días se sucedieron y las posturas no sólo no se acercaron, sino que se fueron alejando cada vez más. Y las consecuencias no se hicieron esperar, el paro agrario provocó interminables cortes de rutas, piquetes y bloqueos, que trajeron desabastecimientos de todo tipo: harinas, leche y sus derivados, combustibles, etc, etc. ¿Cómo explicar las góndolas vacías de los supermercados mientras cientos de camiones dejaban caer millones de litros de leche al suelo? La torpeza por parte del gobierno no estuvo sólo en el hecho de no explicar bien desde un principio las razones principales de las retenciones, tampoco pareció prever que toda acción, conlleva una reacción. Y más adelante, en plena contienda, no acertó en el tono ni en el discurso en pos de lograr un acuerdo.




Miedos de Comunicación

Por parte de las organizaciones rurales tampoco hubo afán conciliador. Muy por el contrario, el discurso y las acciones se fueron tornando más y más beligerantes. Con un evidente apoyo de los principales medios de comunicación, se intentó vender (y con sumo éxito) un clima de caos aun mayor al ya existente. Ante una protesta espontánea en Buenos Aires y algunas ciudades importantes del interior, haciendo sonar bocinas y cacerolas, narraba Canal 13 un regreso a los cacerolazos de 2001 que terminaron con el gobierno de De la Rúa. En cambio, haciendo sencillo uso del control remoto, y ante las mismas imágenes, informaba América TV un simple reclamo por el diálogo. Más que nunca se pudo apreciar el poder de los medios de comunicación, y la facultad, cada vez más repetida, de la manipulación de la opinión pública. Los productores agropecuarios pasaron a ser lisa y llanamente “EL CAMPO”. Un lock out patronal (medida que no incluye a los empleados y asalariados) se convirtió en un “PARO”. La detención de algunos dirigentes por no liberar las rutas sin que la gendarmería apelara a la violencia igual fue denominada “REPRESIÓN”. La importancia de la palabra, siempre, por encima de todas las cosas. Repasar las tapas de diarios como Clarín o la Nación a lo largo del conflicto puede ser algo tan divertido como ilustrativo sobre el mismo tema. Aunque no resulta tan divertido saber que en el pasado, y ante escenarios similares, Argentina soportó numerosos levantamientos militares. Por fortuna, la democracia, con sus 25 años ininterrumpidos (hecho inaudito en la historia del país) demuestra haber alcanzado la madurez necesaria para no repetir viejos pecados.


De D´Elías y De Angelis

También pareció avistar el fantasma de algún golpe el dirigente piquetero kirchnerista Luis D'Elía, quien acusó al ex presidente Eduardo Duhalde de ser: "jefe de una conspiración contra el gobierno de Cristina Kirchner y de organizar un golpe de Estado económico con apoyo de un sector de la prensa y de parte del aparato justicialista”, según sus propias palabras. Además, D'Elía advirtió que "la guerra es abierta y total contra el Gobierno”, y aseguró que el objetivo es "desestabilizar la democracia y generar las condiciones para la destitución de Cristina Kirchner”. La reacción de Duhalde (quien también fue acusado en varias oportunidades de serrucharle el piso a la breve presidencia de De la Rúa) no se hizo esperar. Su vocero, Luis Verdi difundió un comunicado donde advirtió que el ex presidente "no responderá" a las acusaciones porque "sólo serviría a los fines de quienes pretenden generar una escalada de violencia". Lo curioso del caso es que para decir que no respondería a las acusaciones el texto se extendía por dos carillas más.
Otro protagonista casi exclusivo en estos días de lucha fue Alfredo De Angeli, líder de la Federación Agraria. Fue cara visible en cada corte de ruta, y las imágenes de su detención cuando se opuso al levantamiento de un corte, lo llevaron casi a la estatura de héroe popular. Al ser trasladado, una multitud compuesta por más de 2.500 manifestantes rodeó la camioneta que lo llevaba y terminó provocando su pronta liberación, ante el temor de que se ocasionaran más disturbios. La alianza de De Angeli, un ex militante del Partido Comunista Revolucionario, con la Sociedad Rural Argentina (SRA) y las Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), dos organizaciones de tradicionales sectores terratenientes (que no dejaron de apoyar a cuanta dictadura militar se erigió en el país), demuestra bastante incongruencia y vuelve a resaltar los fallos de comunicación en un gobierno que consiguió que, en contra suyo, se juntaran el agua y el aceite (de oliva, porque el de girasol y el de soja seguían retenidos en las rutas).



¡A las trincheras!

No tuvo paz la primera presidenta electa de los argentinos. No terminaba de acomodarse la faja cuando ya desde el campo le llovían espinas, helechos y ligustrinas. Sus discursos en respuesta a la protesta agropecuaria dejaron muchas frases para el recuerdo. Ya en su primera intervención generó una gran polémica cuando definió los cortes de ruta como un “piquete de la abundancia”. Días más tarde, jugaba irónicamente con unos versos del gran Atahualpa Yupanqui para bombardear sobre los líderes del agro: “las vacas son para ellos, y las penitas para los demás”. Luego, y quizá buscando emparentarse con su amada Evita, preguntaba: "¿Queremos volver a un país de unos poquitos o queremos un país más justo?". Las respuestas desde la otra trinchera llegaron como balas de cañón: “"Ni nosotros somos la Unión Democrática, ni ustedes Perón y Evita", gatilló el presidente de CRA, Mario Llambías (en clara referencia a los Kirchner). "Los Kirchner son un obstáculo", disparó el presidente de la Federación Agraria, Eduardo Buzzi apostando a una munición mucho más gruesa, que posteriormente casi le salió por la culata, al esgrimir un soberbio: "Demostramos que podemos desabastecer". Buzzi, que con sus dichos comenzaba a parecerse demasiado a su tocayo de la doble S, pidió perdón para no terminar en el paredón. Pero otras voces bañadas en pólvora se levantaron buscando justicia: "No nos van a poner de rodillas", dijo Juan Schiaretti, actual gobernador de la provincia de Córdoba mientras levantaba su bayoneta. "No voy a ser parte de un partido stalinista", agregó José de la Sota, ex gobernador de la misma provincia, y mandó a recoger todas las hoces y martillos que pululaban por sus campos. "Lo más grave de Kirchner fue haber elegido a su esposa", se quejó Eduardo “No respondo a las acusaciones” Duhalde. Podrá algún desprevenido, o algún extranjero, o mejor, algún desprevenido extranjero, desconocer que tanto Schiaretti, como De la Sota, Duhalde, y los Kirchner son miembros de un mismo partido. “Si entre hermanos se pelean…” gritó indignado el gaucho Martín Fierro sin saber si sumarse al piquete, comerse la soja, o huir a las tolderías. Pero para devorar, Lilita Carrió, que dejando de lado (o no) su ferviente misticismo religioso, decidió no sólo no poner la otra mejilla, sino más bien buscar la yugular al afirmar: "Kirchner quiere sangre". Los Kirchner, de pingüinos a vampiros en un viaje sin escalas, oscuro y oscurantista. Pero en defensa del matrimonio presidencial, llegó el vengador nada anónimo Luis D´Elía, quien apeló a un discurso más lisérgico que montonero: "¡Odio a la puta oligarquía, odio a los blancos, odio tu plata, odio tu historia, odio a la gente como vos que defiende un país injusto..!". Agregar algo ante tanta poesía podría ser casi una herejía.


Madura el lock out

Presión mediática, descontento popular, desabastecimiento. Cristina, que no tenía intenciones de dar su brazo a torcer, entendió que, sino quería un país en pie de guerra, al menos podía torcer un dedo. Y le subió el pulgar a lo que reclamaban las federaciones rurales: enviar al Parlamento la Resolución 125 (retenciones móviles) como condición para levantar las medidas y sentarse a dialogar. Tal vez fue por la inercia de la batalla, pero aun cuando el gobierno terminó accediendo a su pedido, el paro se extendió por 48 horas más. El descontento popular comenzó a sentirlo más el agro que Cristina, y la presión mediática (que siempre cae parada) la empezó a sufrir el campo. Finalmente, un patriótico 20 de junio terminaron con la medida de fuerza y reanudaron el diálogo. Si bien se estima que en un par de semanas estará normalizada la actividad del país, no se puede ser del todo optimista. Muchos sienten todavía el férreo e irresistible llamado de las armas. Muchos como el señor Buryaile, vicepresidente de CRA, que sacando el seguro a su granada pronunció un discurso demasiado “procesado”: “si no anulan las retenciones móviles habría que disolver el Parlamento”. Mal que le pese a algunos, de momento es la democracia quien sale vencedora. La contienda se librará en el Congreso y será votada por quienes fueron elegidos por el pueblo. Pero… ¿Qué pasará si el proyecto es aprobado por diputados y senadores? ¿Acatarán la medida las organizaciones del agro y depondrán las armas? Y si, por el contrario, son rechazadas las retenciones, ¿se quedará el gobierno de brazos cruzados sin volver a la carga? Teniendo en cuenta los antecedentes, podría terminar todo en una nueva Gran Guerra. Y entonces no quedará otra que rezarle a San Martín para que sea él quien nos salve esta vez. Héroes eran los de antes.




Mariano Gómez Carchak

Colaboración: Rubén Gómez
Bs As, 24 de junio de 2008

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