domingo, 3 de mayo de 2009

EL CUERPO

El cuerpo



Todo empezó una noche, así, como ésta. Mis mejores amigos estaban en casa y jugábamos un inolvidable partido de truco. 29 a 28. El gordo Cavalli cargado como un acoplado, se le veía en la cara. Pero nada de señas, no en la última mano, eso no es de machos. Disfrutaba la situación. Afuera, el viento helado golpeaba las ventanas. Y aquí, los cuatro gozábamos como condenados nuestra sabrosa partida al calor de una oxidada estufa eléctrica. Amistad, un par de coca colas y truco, ¿qué más pedir? De a una, con la sabia paciencia de un veterano observé mis cartas. Nada en la primera. Nada en la segunda. Y por atrás, como distraído, se asomó él. El macho, el ancho. El matador as de espadas. De pronto, un ruido en la calle. Luka y Polka que distraen su mirada. Cavalli decide que prefiere no ser tan macho. Pasa la seña. Es robo. La boca se le hace a un lado, a los dos lados. ¡Los siete bravos!! No podemos perder. Me apuro a pasar mi seña a Cavalli, imposible resistirme a ese placer. Pero Cavalli se levanta y corre hacia la ventana. ¡¿Cómo puede, cómo?! “¡Gordo pelotudo, vení a la mesa que te recago a trompadas!”, le grito con poca dulzura. No entiendo, están los tres como idiotizados mirando por la ventana. Luka me hace un gesto para que apague la música. Con rabia paro el cassette de los Cadillacs. ¿A estos boludos qué les pasa? A medida que me acerco a la ventana presiento algo terrible. Afuera no se oye nada. Como si el mundo se hubiera paralizado. Y la mirada embobada de mis amigos. Aparto a Polka de un empujón y entonces entiendo. ¿Cómo puede estar pasando esto? Ya nada volverá a ser igual. Al menos no para nuestras impúberes vidas. Allí en la calle no hay una nevada radiactiva y mortal. No. Ni nada parecido. Es un cuerpo. Un cuerpo, sí. Pero no cualquier cuerpo. Un cuerpo de mujer. Desnudo. Un cuerpo de mujer, desnudo. Y vaya a saber por qué voltereta del destino, descansa en mi jardín.

Corrimos los cuatro hacia la puerta a la velocidad de la luz. Casi sin darnos cuenta, ya estábamos allí, frente a ella. ¿Dormiría? No parecía respirar, me asaltó una idea que me hizo temblar más que el viento gélido del jardín. ¿Y si, y si...?
—Está muerta, está muerta —gritó Polka.
—Cerrá el culo, polaco pelotudo. ¿Querés que venga todo el barrio? —dijo Luka tapándole la boca—. Además respira, mirá, mirá cómo se le mueven las tetas.
¡Era verdad! Se movían esas enormes tetas, y cómo se movían. Nunca habíamos visto algo así. Sólo en las películas pornos que contrabandeábamos a escondidas de nuestros padres. Pero esto era otra cosa. Esto era en vivo. Y en directo. Estuvimos los cuatro como idiotizados, mirándole las tetas a ese monumento, perdiendo la noción del tiempo. Hasta que el gordo Cavalli reaccionó.
—Che, ¿y si la metemos adentro?
Los cuatro nos miramos. El miedo y el deseo combatían con furia.
—Mis viejos pueden venir en cualquier momento— atiné a objetar. Tenía que oponerme, al fin de cuentas se estaba hablando de meter a una mujer desnuda y desconocida en mi casa. Mis amigos bajaron sus miradas con desilusión, ¿qué rebatir ante tremendo argumento? No, era peligroso, casi suicida hacer una cosa así, si ellos se llegaban a enterar... La miré una vez más, allí, arrojada en el suelo, ¿dónde estarían sus ropas? Qué cuerpo, ¿cómo podía ser tan perfecta? Qué tetas, ¡qué tetas! —. Pero tal vez, digo, un ratito, no podemos dejarla así, se va a morir de frío, ¿no?
—No podemos —dijeron los tres al unísono y se abalanzaron sobre ella. Tenía que hacer algo, urgente. Entre los cuatro fue más fácil levantarla y meterla en la casa.
Ahora sí. Los cuatro solos. O mejor, los cinco. El club de los cinco. Cuatro idiotas y una diosa del olimpo. Su cuerpo desnudo descansaba en el sillón del comedor. Seguía sin dar mayores señales de vida. Sino fuera por el excitante e irresistible vaivén de sus tetas ni duda cabría de estar frente a un cadáver.
—Tenemos que hacer algo —dijo Luka.
—Sí, es verdad, pero primero yo —dijo Polka y avanzó hacia el sillón.
—Qué hacés, nene. Pará, mirá si se despierta —intervine yo
—No pasa nada, la quiero tocar nada más, un poquito.
Polka se paró frente a ella. Extendió su mano. Los dedos rozaron su pezón y nada. El cuerpo seguía sin responder.
—Está helada —dijo pasándose la lengua por los labios.
No sé si fue por compasión o qué, pero Polka se apresuró a abrigar los senos de nuestra amiga con sus manos calientes. Y no sólo eso, le ofreció un abundante masaje por el mismo precio.
—El polaco tiene razón, está más fría que el café con leche que hace tu vieja, boludo —dijo Cavalli mientras sus manos ya subían por las piernas de la desconocida.
—Mirá gordo chancho —dije, tratando de parecer enfurecido, en el fondo yo sabía que entre las muchas virtudes de mi madre no se contaba su habilidad en la cocina —ya te avisé que no te metas con mi vieja. Además, además... —el gordo hijo de puta le estaba tocando la, tocando la...— ... Deberíamos llamar a la policía.
Los tres se pararon en seco. Y cuando digo tres, digo bien. Luka también había brindado sus manos a la causa. Y como siempre, con esos ojos negros y confiados, me miró con indiferencia y me dijo:
—No seas pelotudo y vení vos también. Lugar hay.
Pensé en mandarlo a la mierda. Siempre dando órdenes. Luka, ¡andate bien a la mierda! Lo pensé y juro que lo seguía pensando mientras mi cuerpo y mis manos se unían al festín.
En poco tiempo, sacamos cualquier vestigio de frío de su cuerpo. Es más, con mi inexperiencia no podía estar seguro, pero su respiración entrecortada, su boca humedecida, y sus gemidos, esos gemidos largos y profundos, hacían creer que muy mal no lo estaba pasando. Nosotros nos íbamos turnando, compartíamos la presa cual fieras civilizadas. ¿Y atrás? ¿Estaría tan bien como de adelante? Creo que los cuatro nos hicimos la pregunta al mismo tiempo porque nuestras manos se unieron sin previo acuerdo. Estábamos a punto de girarla cuando golpearon a la puerta.
—¡Abran, carajo! Policía.
No saben lo que pagaría por volver a ver nuestras caras en ese momento. Con las manos en la masa. Jah. Si alguien me hubiera hecho este chiste en ese momento se hubiera quedado sin dientes. Los golpes se repitieron con más fuerza.
—¡Abran, mierda!
Nos miramos aterrados. La policía. Y estábamos los cuatro tocando... Tocando... Y ella desnuda. Tuve ganas de llorar.
—¡Yo no fui! —gritó Polka. Y corrió hacia la puerta.
De forma nada accidental, se encontró con el pie de Luka en el camino.
—¡Pará pelotudo!
Polka se fue de boca al suelo.
—¡Qué mierda pasa ahí! ¡Abran dije!
Los golpes se repitieron con tanta fuerza que la puerta pareció venirse abajo. No había tiempo para nada. El gordo Cavalli fue el único que atinó a algo, tiró el mantel de la mesa encima de la muchacha. Y Luka… Nunca vi a Luka así. El pánico le impedía pensar. Justo a él, el de las ideas brillantes. Polka lo miró como pidiendo permiso.
—Abrí, polaco. Abrí —dijo con los ojos al borde del llanto.
¿Secuestro, violación, vandalismo juvenil? Eramos culpables, de todo. Así nos sentíamos. Y así fuimos los cuatro hacia la puerta. A entregarnos.
Polka abrió sólo un poco y los demás nos asomamos. Era un intento desesperado, tal vez, sino miraban para adentro, si nos creían...
—Bueno, bueno. Pero si son los tres chiflados. Ah, no, los cuatro —dijo uno de los dos hombres que esperaban afuera. Si eran policías nunca lo sabré. Pero de uniformes y placas nada. —¿Podemos pasar?
—Nosotros no, nosotros no fuimos, no hicimos... —por fortuna, Polka estaba tan cagado que ni siquiera podía hablar.
—¿Tienen una orden? —Luka había vuelto justo a tiempo— No pueden infligir nuestros derechos...
Los intentos de Luka no llegaron a mucho. El otro hombre, más bajo y bastante mayor que el que hablara antes, le hizo un violento ademán para que se calle.
-Vos viste demasiadas películas, pendejo. ¿Pero sabés que sí? Tengo una orden, nene: ¡Abrí esa puerta ahora mismo!
Retrocedimos. No teníamos valor para mirar hacia atrás. Nos quedamos los cuatro paralizados, con la vista en la calle, y en un futuro negro y demasiado cercano.
Los dos hombres rieron.
—¡Ah, pero mirá lo que tenemos acá!
Nos apartaron con un empujón y entraron. Ninguno se atrevía a girar. De espaldas al destino. Lindo título para una novela. La que escribiría en los largos años que me esperaban en la cárcel.
—¿Me pueden explicar esto, pendejos?
—Yo no quería, comisario. A mí me obligaron, yo en realidad me estaba yendo, comisario. Mi mamá... —las patéticas excusas de Polka se vieron interrumpidas. Yo estaba en plena dusyuntiva entre si me pillaba o me cagaba encima. Y Luka y Favalli no atinaban ya ni a pegarle un bife al polaco. Pero fue entonces cuando el alto habló de nuevo. Nunca una puteada me trajo tanta alegría.
—¡Y quién te dijo a vos que yo soy comisario! ¡Pero qué hacen los cuatro dados vuelta! ¡Vengan para acá ahora mismo y explíquenme que mierda hacían a esta hora jugando a las cartas!
Giramos, incrédulos.
—¿Creían que tirando las cartas por todo el comedor no nos íbamos a dar cuenta? ¿Se piensan que somos boludos?
Las cartas desparramadas, los vasos volcados, todo estaba hecho un desastre. Y el mantel, allí, donde lo dejara Favalli, en el sillón. Nos miramos, y aun asustados, no pudimos evitar una sonrisa nerviosa. El cuerpo no estaba.
—Ah, les causa gracia. El juego clandestino es un delito, pendejos. A ver cómo se ríen en la cárcel. Los quiero ver...
El tipo hablaba y sus palabras se me hacían cada vez más lejanas. Salvados. No me preocupaba cómo ni por qué. Se había ido, esfumado, desaparecido. Y con eso nos había salvado. Sí, ¿qué podía importarme ahora lo que hablara ese policía que ni siquiera tenía uniforme?
- ...Digan que en verdad sólo queremos saber una cosa. Eso y nos vamos. ¿Dónde está la mina?
Yo y mi maldita lengua.
—¿Qué… qué mina?. ¿De qué mina habla? —de nuevo Luka al rescate. Enfrentó al tipo con su mejor cara de falta envido, cuando sabía que ni sumaba.
Estábamos los cuatro en un carrusel. Viajando del éxtasis al vacío. De ida y vuelta, y sin escalas.
El hombre más bajo volvió a entrar en acción. Hasta allí se había quedado a un costado, observando todo como un espectador más. Caminó hasta pararse frente a Luka, que a pesar de sus 14 años, le sacaba casi una cabeza de estatura. Quizá fue eso lo que lo impulsó a sentarlo de un empujón en el sillón que tenía detrás de él. Y entonces sí. De arriba hacia abajo. Lo miró.
No sé cuanto tiempo estuvieron así. Afirmaría que fue un minuto tanto como diez años. Tampoco sé cuanto más hubiera resistido Luka sin tirar las cartas.
Entró otro hombre. Llevaba una escopeta corta y parecía agitado.
—Dicen que la vieron por la avenida. Vamos, rápido —dijo y salió corriendo tan rápido como había entrado.
Los dos, el alto y el bajito, corrieron detrás de ellos. De golpe, parecían olvidarse de nuestra existencia. Pero al llegar a la puerta, el petiso giró y nos miró por última vez.
—Un día de estos vuelvo y terminamos el partido, pendejo.
Sólo eso dijo. Y se fue.
Creo que fue la única vez en mi vida que vi llorar a Luka. Esa, y cuando se le murió Belcha, su perra. Lloraba y se reía al mismo tiempo. Buscaba algo por el suelo, mientras los demás intentábamos calmarlo. Hasta que encontró la carta que buscaba debajo del mantel y sonrió. Todavía lloraba cuando, previa escala por su lengua, pegó el as de espadas en su frente.
—¡Quiero retruco hijo de puta! ¡Quiero retruco! —gritó. Y los tres lo cubrimos con un abrazo.


Nunca supimos que fue de ella. Desapareció, tan misteriosa como había llegado. Nosotros juramos no volver a hablar del tema. Y así fue. Pero a veces, y aun pasados los años, me sorprendo en esa ventana. La misma cara de idiota, la misma mirada perdida. Y su cuerpo, perfecto, desnudo, durmiendo en mi jardín.

No hay comentarios: