domingo, 3 de mayo de 2009

GENES ASESINOS

Conexión Porteña –Artículo 48

Genes asesinos


El gen argentino. Así se llamaba un programa de tv que hasta hace no mucho veía aire por Telefé. Si le creemos, no al programa, pero al menos al título del mismo, habrá que pensar que sí, que efectivamente existe un gen que nos identifica a aquellos que nacemos en esta parte del mundo. ¿De qué está compuesto? ¿Qué lo nutre? ¿De dónde viene el gen argentino? Y más importante aún: ¿hacia dónde nos lleva? ¿Será el gen argentino un viaje de ida? Si nos guiamos por la forma que se conduce y que se ha conducido este país, habría que aceptar que el nuestro es un gen, sino suicida, con una alta dosis de auto-destrucción. Y ya que nombramos la palabra auto y estamos hablando de conducir, me atrevería a arriesgar que el gen argentino se consiguió juntando el ADN de Jack el Destripador y el de Pierre Nodoyuna. Ni siquiera hace falta saber manejar para comprobarlo. Sólo limitarse a intentar cruzar una calle cualquiera. Como prueba viviente, más bien sobreviviente, de ello, se encuentran mi mujer y mis hijos. Cada vez que se les ocurre la loca idea de salir a la calle, aunque sea para comprar un poco de pan, se ven inmersos en una película de acción que poco tiene que envidiarle a la saga de Indiana Jones. Y es que no alcanza con cruzar por la esquina, ni con seguir las rayas blancas con la obsesión de un neurótico compulsivo. Ni siquiera con esperar a que el hombrecito del semáforo se ponga más verde que el increíble Hulk. Al dar dos pasos sobre el asfalto, decenas de bólidos infernales giran y se arrojan sobre todo impávido transeúnte que tenga la osadía de desafiarlos. Al fin y al cabo es una cuestión de pedales. ¿Qué impulsa a los conductores a apretar el acelerador en vez del freno? Pareciera que frenar es sinónimo de idiotez, de lentitud, de impericia. Y ni siquiera un cochecito de bebé o una mujer con un niño en brazos impiden que estos tipos “audaces” se tiren de cabeza sobre el acelerador. Hay que conducir rápido, hay que vivir rápido. Y claro, hay que matar rápido también. Uno podría abogar por un poco de lógica, por algo de razocinio. Pero entonces recuerdo las palabras de uno de estos intrépidos descerebrados al frenar como una bestia a apenas un par de centímetros de mi familia. Ante las quejas de mi mujer, que acababa de ver pasar su vida a 270 kms por hora, el amo y señor de las calles le espetó: “¿De qué te quejás sino te pisé? ¡La concha de tu madre!”. De haber estado allí, los genes argentinos que corren por mis venas probablemente me hubieran poseído y hoy estaría escribiendo estas líneas desde la cárcel de Devoto. Nace, se impulsa, se impone una reflexión. ¿Todo está en los genes? ¿Estamos predestinados a ser así, a perdernos en la autopista del infierno? Ruego que así no sea, que algún día encontremos el antídoto que nos cure de tanta velocidad idiota. ¡Paren los genes que me quiero bajar!

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